[Artículo publicado en la revista CTXT el 27/06/2016, puedes leerlo en su formato original aquí.]
El PP ha perdido por mucho tiempo la mayoría absoluta, C’s puede aspirar apenas a hacer de bisagra, Podemos ha descubierto que sus expectativas tienen suelo pero también techo y el PSOE no está muerto, pero sí aquejado de una grave enfermedad
No, el país no ha sonreído, como algunos esperaban, sino que ha apretado los dientes. Las interpretaciones son libres (miedo a un Podemos crecido en absolutamente todas las encuentas, Brexit, vértigo por la inestabilidad política), pero el hecho objetivo es que una parte significativa del electorado de centro derecha ha decidido optar por una determinada concepción de la estabilidad política, abandonando a C’s o la abstención y yendo a votar al Partido Popular, y lo han hecho callandito, sí, con los dientes apretados, en uno de los casos más evidentes de “voto oculto” que se recuerda. Por otro lado, una parte significativa del electorado de izquierdas no se ha sentido motivado a ir a votar, además de los que han decidido “volver” al PSOE tras un fugaz paso por Podemos. Tanto en número de escaños como en porcentaje de voto, el 26-J puede resumirse como un leve pero suficiente ajuste a favor del bipartidismo y hacia la derecha.
El ajuste es leve, pero parece mucho mayor porque la referencia con la que comparamos los resultados no es tanto el suelo del 20-D como la hojarasca de los sondeos electorales: en particular, el carísimo sondeo de Sigma-Dos para RTVE, que otorgaba más de 90 escaños a UP y menos de 120 a PP, y que vaticinaba una posible mayoría absoluta de la izquierda, que sería incluso holgada si se incluía a ERC. Esa sonrisa duró apenas una hora: el desplome de Podemos respecto de ese último sondeo ha sido (¿deliberadamente?) cruel, y esa ha sido la sensación que ha dejado marcada la noche electoral, junto a la fiesta de un Partido Popular con el Gobierno de nuevo a su alcance, y un PSOE enormemente aliviado por haber superado lo que más pánico le causaba: pasar a ser la tercera fuerza política por primera vez en la democracia.
Si, en cambio, hacemos un lógico ejercicio intelectual e imaginamos que éstos hubiesen sido los resultados de este largo proceso electoral del que el 20-D fue un primer acto y el 26-J su culminación (al fin y al cabo, en seis meses es difícil provocar verdaderos vuelcos sociológicos y electorales), puede recuperarse un discurso de largo recorrido: el PP ha perdido por mucho tiempo el horizonte de la mayoría absoluta, C’s puede aspirar apenas a hacer de bisagra, Podemos ha descubierto que sus expectativas tienen suelo pero también techo (sobre todo si no renuncia a la identificación con la izquierda más dogmática), y el PSOE no está muerto, pero sí aquejado de una grave enfermedad que no puede curarse con hierbas medicinales, porque requiere cirugía de riesgo sin resultado asegurado como única alternativa a derivar en enfermedad terminal.
Unidos Podemos apostó todo su capital por el sorpasso. De haberlo conseguido habrían merecido la pena sus principales estrategias, porque habría desbrozado un camino con muchos kilómetros por delante para convertirse en una alternativa indiscutible de gobierno que podría ir labrando desde la posición de primera fuerza de la oposición. No lo ha conseguido, y ha de seguir disputando su espacio incómodamente con un PSOE que, tengo la impresión, se siente mucho más cómodo liderando la oposición al Partido Popular que gobernando con Podemos. Por muy poco el PSOE no ha conseguido el máximo confort que le habría supuesto no tener que decidir: habría bastado con que los ciudadanos hubiesen dado unos pocos escaños más al centro derecha para que el PSOE quedase liberado de la responsabilidad de decidir y a salvo de difíciles reuniones de su Comité Federal.
Las cartas que los ciudadanos hemos dejado en manos de los partidos dibujan un escenario en el que, o bien el PSOE opta dolorosamente por abstenerse para facilitar un gobierno del Partido Popular y apoyado comodísimamente por Ciudadanos a cambio de alguna concesión cosmética, o bien vota “no” a la investidura de Rajoy y restituye a PNV y Convergencia su tradicional papel de comodín o bisagra. Es impensable, me parece, un gobierno de izquierdas, porque ni siquiera con ERC se alcanzaría una mayoría de diputados superior a la de PP con C’s (165 frente a 169). Sólo una alternativa realmente complicada podría evitar un gobierno popular, que consistiría en un apoyo a Sánchez (a él solo, sin C’s, que ni volverá a prestarse ni sería admitido por los demás) de Podemos, de ERC y de los partidos nacionalistas de derechas, quienes exigirían unos avances en la reordenación territorial del Estado que no creo que el PSOE esté en condiciones de acometer. Me parece mucho más probable un gobierno del PP apoyado por Ciudadanos, PNV y Coalición Canaria (175 escaños), al que sólo le faltaría para obtener mayoría simple un solo diputado socialista que se pusiera enfermo en la segunda votación para la investidura. No lo tomen como una sugerencia.
El 26-J ha supuesto, en fin, un conjunto de enmiendas nítidas a la estrategia de Podemos. Pero no una enmienda a la totalidad, porque con cierta perspectiva de futuro (un futuro más lejano de lo que esperaban) es probable que Podemos, quizás sin el peso moribundo de Izquierda Unida, quizás si intensifica un discurso centrado en objetivos verdaderamente aglutinantes y alcanzables, quizás con más Errejón, Oltra, Echenique y Monedero (sí, incluyo a Monedero) y menos Iglesias, Bescansa y Cañamero (es una manera de hablar), si no se ahoga en los vericuetos de la Carrera de San Jerónimo ni en la efervescencia de discursos victimistas o autocomplacientes, si consolida sus posiciones en el País Vasco, en Cataluña y en Madrid, y si se mantiene firme en propuestas que hoy no han triunfado pero son serias (como la plurinacionalidad de España, la lucha concreta y directa contra la pobreza y la devaluación salarial, la socialdemocracia difícil y la permeabilidad del poder político), podrá asentar su suelo y abrir agujeros en su techo. Claro que eso dependerá también, en buena parte, de si el PSOE se atreve por fin a la intervención quirúrgica o si sigue aferrado a los tratamientos paliativos.
[P.S.: Por cierto: enhorabuena a Rajoy por su batalla interna con Aznar. De esto se hablará muy poco, pero tiene importancia. Algún día habrá que reconocer a Rajoy este mérito].
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