Lo "eficiente" es bueno, porque ahorra costes (o esfuerzos, o tiempo) y maximiza la utilidad (o el placer, o el beneficio). Hay personas abrumadoramente "eficientes", que toman decisiones racionales sopesando ventajas e inconvenientes, y las toman a tiempo: el camino más rápido, la mejor relación calidad/precio, el momento más ídóneo. Tienen una especial habilidad (o ánimo) para hacerse una composición de lugar y decidir bien. Suele ser conveniente dejarse llevar por sus capacidades organizativas, sin "peros": generalmente, aciertan.
Yo no soy una persona eficiente. Muchas, demasiadas decisiones me toman a mí, por imprevisión (no por indecisión): cuando llega el momento de elegir una cosa u otra, compruebo que ya es tarde, porque para elegir uno de los caminos apetecidos debía haber tomado antes alguna previsión o debería haberme informado mejor. Se me ocurren buenas ideas, pero cuando ya no son posibles, porque falta un sello que no había comprado, una reserva cuando todavía había plazas, o una llamada que no hice, Suelo elegir la peor cola, me equivoco de hotel, compro un electrodoméstico peor y más caro, decido irme de excursión el día que va a llover o me veo en un restaurante en el que sólo tienen comida precocinada para turistas. Quizás es que decido no gastar esfuerzo en la elección y liberar el presente de los compromisos de pasado mañana y confío demasiado en el "dios proveerá", que a veces es una virtud de los grandes, pero otras es una resignación anticipada, o incluso pereza.
Pero cuidado con la eficiencia. A veces aplasta el gusto (el coche amarillo es más visible y puede evitar más accidentes, pero quizás es feo), o unifica falsamente criterios que no se sitúan en el terreno de la utilidad, sino en el de la belleza, el capricho o incluso la comodidad: quién sabe, quizás ese restaurante de cocina precocinada tiene un ventanal desde el que se contempla una plaza que te hace sentirte bien. O el hotel sin esa estrella de más, por el mismo precio, tiene un detalle que te entusiasma, como un árbol en la entrada o un escritorio situado frente a la ventana, o un recuerdo de otro tiempo que quiero revivir. O simplemente te aburre comparar precios y asumes pagar un poco más para eludir ese enojo. Lo mismo ocurre con el trayecto: hay despistes e involuntarias desobediencias al GPS o a la guía de lugares recomendables que te hacen descubrir una venta con una terraza bajo una parra donde el café de mala calidad sabe de maravilla. Lo que quiero decir es que cada persona debe saber permitirse márgenes de ineficiencia: lo contrario hará de los caminos eficientes un lugar aglomerado, y de las vidas un recorrido uniforme que despreciará o dejará en el olvido una tradición, una manía, un gusto que pueden echarse de menos con el tiempo. La clave está en saber soportar los errores: por cada tres, o cinco, quizás uno encuentre un acierto que puede resultar decisivo. Sobre todo, una relativa despreocupación por la eficiencia puede resultar simplemente saludable en sí misma.
Ya sé que el eficiente también pondera esas circunstancias subjetivas, y puede elegir algo más caro porque ha buscado otro tipo de utilidad. Me diría: "decide bien lo que quieres, sea lo que fuere, y elige el mejor camino para lograrlo". Ya. ¿Qué puede responder a eso un ineficiente? Pocas cosas en voz alta. En voz baja, quizás sí: en voz baja puede uno decir que una cierta indiferencia hacia lo eficiente puede ser eficiente, y al menos así se embrolla la cosa. Los arcenes de la carretera suelen ser ineficientes, incluso intolerables para el que lleva prisa y no puede adelantar por su izquierda, pero vivir sin márgenes es un sinvivir. Y no me diga que el eficiente es el que sabe delimitar bien la línea exacta del margen de la ineficiencia, porque me hunden.
Me encanta ser inefisiente. Mi primera conclusión lógica cuando estudiaba bashiller en los Salesianos es la desigualdad natural, aunque no legal, del hombre, porque si todas las criaturas tuvieran un coefisiente de inteligensia de 309, habría tiros sen las calles, pues todos querrían ser arquitectos o ingenieros o tertulianos o delincuentes con presunsión de inosensia. Afortunadademente, el coefisiente es variado, y por eso hay albañiles y panaderos y sismógrafos y oftalmólogos, que nos salvan de nuestras inefisiensias, sin perjuisio de la injustisia de que las oportunidades de formasión profesional no son iguales para todos.
Entonses, no? yo soy inefisiente al cortarme las suñas, al mandar a paseo a un vesino estúpido, al darle barniz a la puerta de la cosina, al negosiar con la óptica los cristales progresivos, al criticar a una cosa que llaman mujer de Estado como Susana Diaz, al comprar lotería, al limpiarme los sapatos y al desirle cosas sal oido a alguna mujer bella.
Viva la inefisiensia.
Me encanta ser inefisiente. Mi primera conclusión lógica cuado estudiaba bashiller en los Salesianos es la desigualdad natural, aunque no legal, del hombre, porque si todas las criaturas tuvieran un coefisiente de inteligensia de 309, habría tiros sen las calles, pues todos querrían ser arquitectos o ingenieros o tertulianos o delincuentes con presunsión de inosensia. Afortunadademente, el coefisiente es variado, y por eso hay albañiles y panaderos y sismógrafos y oftalmólogos, que nos salvan de nuestras inefisiensias, sin perjuisio de la injustisia de que las oportunidades de formasión profesional no son iguales para todos.
Entonses, no? yo soy inefisiente al cortarme las suñas, al mandar a paseo a un vesino estúpido, al darle barniz a la puerta de la cosina, al negosiar con la óptica los cristales progresivos, al criticar a una cosa que llaman mujer de Estado como Susana Diaz, al comprar lotería, al limpiarme los sapatos y al desirle cosas sal oido a alguna mujer bella.
Viva la inefisiensia.
perdón por la duplicidad, es la ineficiencia
Por verdadera ineficiencia en la elección de mis metas profesionales, descubrí al estar recién entrada como pasante en un despacho de abogados, mo verdadera vocación. Por ineficiencia en la planificación de una investigación extraordinario que parecía interesarme solamente a mí, conocí a mi marido. Por esa maravillosa ineficiencia, y deliberadamente espontánea, en ocasiones he podido descubrir lugares maravillosos que nadie más conoce. A nadie nunca le han interesado, y cuyo recuerdo albergo vivamente en mi corazón y cuya imagen se ha quedado marcada a fuego en mis retinas, dejándome una cicatriz en el mundo de mis pensamientos que marcan la frontera entre lo que quiero y lo que puedo. Un saludo.