Lo llamativo de esta película (que no debe confundirse con "The judge", de David Dobkin) es que cuenta con muy pocos ingredientes, como los mejores edificios neoclásicos: un guión escueto con escasos adornos exteriores, unas ventanas por las que se adivinan interiores, una muy buena interpretación de dos personajes y una bellísima canción, "Dreamers", de Claire Denamur (que puede escucharse pinchando arriba).
Las líneas rectas del guión aparente se trazan alrededor de un juicio con jurado a un hombre acusado de matar a su hija de siete meses, quien, pese a algunas evidencias, se limita a negarlo atormentadamente. Pero el guión real está dentro de una de las ventanas, y consiste en un movimiento del alma del presidente del tribunal, representado por Fabrice Luchini, un veterano juez a quien los abogados llaman "el hombre de las dos cifras" porque las condenas suelen exceder de los diez años, y que se presenta como una persona huraña, con tendencia a la soledad y que no cuenta con el aprecio de sus compañeros de foro (salvo con su solícita funcionaria, representada por Claire Assali). No estrecha la mano para no contagiar la gripe, no se interesa por las pequeñas historias de los demás, ni siquiera por la verdad de los asuntos que debe enjuiciar, porque cree que la Justicia no suele ser capaz de hacer estallar la verdad, sino sólo de reafirmar los principios de la ley.
El movimiento del alma alrededor del que gira la película se produce cuando se encuentra entre los miembros del jurado a Ditte Lorensen-Coteret, representada por la magnífica Sidse Babett Knudsen (la protagonista de la serie "Borgen"), una médico anestesista de la que unos años antes se enamoró en secreto cuando le cogió la mano en la sala de reanimación después de una intervención de cadera y vio en su cara la perfección de la vida, quizás por el bienestar de la dosis de sedantes unida a la magnética fascinación que producen sus ojos y su sonrisa. Su relación, entonces, apenas se limitó a una carta que no fue contestada y a un mensaje de SMS después de una cena a la que la invitó junto al cirujano y la esposa de éste: "Te echo de menos". Pero ella contestó con un decepcionante "Ha sido una cena muy agradable". La presencia en la sala de esa mujer provoca una turbación en el juez que sólo se aprecia en pequeños detalles (sólo buenos actores, como Luchini, pueden representar con un gesto contenido esa turbación), pero que se va haciendo evidente. Con una audacia a la que no está acostumbrado, que incluso le hace correr en una escena para verla de lejos al salir de una de las sesiones, la busca: aprovecha que no había borrado su contacto de su teléfono móvil y le envía un WhatsApp preguntándole si podrían tomar algo juntos. Ella acepta: "Si vous voulez". Los diálogos de ese encuentro (en realidad fueron dos, uno de ellos con la encantadora hija de la médico, que asistió a la sesión de esa mañana para ver a su madre en los estrados) son excepcionales y justifican una película entera.
A medida que avanza el juicio, el juez, sentado en el mismo estrado que la anestesista, empieza a dar la mejor versión de sí mismo como profesional: por ejemplo, con dos preguntas al policía que declara como testigo consigue abrir un boquete de dudas sobre la entereza del atestado de la declaración autoinculpatoria del acusado ante la policía, que era la principal prueba de cargo. Terminado el juicio, la funcionaria se atreve a felicitar al juez por lo bien que había llevado las sesiones de un juicio tan difícil.
Y esa última escena, que no cuento porque tiene que ser vista y oída. Bastará decir que no se trata de la lectura del veredicto, que apenas cobra importancia en el guión.
Si, buen cine europeo.
Juez 1:
-Diga su nombre y apellidos.
-Yo es que lo fumo, Señoría.
-A ver, escuche, diga su nombre y apellidos.
-Yo lo fumo Señoría, yo es que lo fumo.
– Le repito por última vez que se identifique.
-Lo fumo Señoría.
(ASsunto de tráfico de drogas, lo absolvieron por estimar autoconsumo).
Juez 2:
-Señoría, no le parece que este chico puede ser inocente ?
-Pues si, la verdad, lo vamos a poner en libertad.
-Gracias Señoría por atenderme.
– De nada, razona usted con naturalidad y eso se agradece.
Juez 3:
-Mientras el Letrado expone sus argumentos a la Sala, el Presidente, mirándole fijamente, y con los brazos apoyados en la mesa y el cuerpo adelantado, hace gestos de afirmación continuos con la cabeza, para que termine ya la exposición. Es la una y media de la tarde.