A veces me gustaría darle la vuelta a la vida y enfilarla caprichosamente hacia atrás, volver a épocas ya clausuradas que ya dieron todo lo que tenían de sí, hurgar de nuevo en estados de ánimo de otros tiempos, cuando proyectaba o imaginaba un futuro que ahora ya está en buena parte recorrido, caer en paracaídas en un día cualquiera de cualquiera de esos entonces, visitarme a mí mismo y contarme lo que va a ser de mí, avisarme, prevenirme, animarme a hacer lo que no hice, a decir lo que no dije, a entregarme más a lo que dejé a medias, apresurarme en aquellos impulsos que dejé para más tarde. Pero no para corregir ningún rumbo: pactaría sin reparos con el reloj un regreso cabal al punto exacto en el que ahora estoy, si esa fuera la condición que me impusieran para poder hacer ese viaje. No es la necesidad de borrar nada ni de enmendar nada, más bien se trata de un instinto de repetición para el que no siempre basta con el recuerdo.
El tiempo es severo, exacto, impasible, cuando enfila hacia adelante. Pero la memoria, afortunadamente, lo desordena cuando lo recorre hacia atrás: quizás porque entonces ya no es tiempo, sino vida. Hay, entonces, momentos fuertes que hacen de agujeros negros, capaces de absorber la materia de épocas enteras. Por eso la evocación, más aún que la relatividad de Einstein, mezcla tiempo y espacio: estos días de navidad, estas tardes que se convierten prematuramente en noche entre luces que parecen estrellas de otras galaxias atraídas por la fuerza del momento, tienen una densidad formada por la acumulación de los años. Por eso en días así es tan fácil dar la mano al niño que, en un día como hoy, se afanaba en escribir la carta a los Reyes Magos para después echarla en un buzón con forma de boca de león. Todavía me parece que estoy tardando demasiado en escribirla, aunque más bien, esta tarde, lo que debo hacer es dejar de escribir y subir al camello.
Los días avanzan, pero continuamente están, también, retrocediendo.
Memoria de días de juventud compartida, memoria agradecida de un tiempo al que debemos en buena parte lo que somos. Un abrazo, feliz 2016.