Los expertos saben que lo que puede hacerse con más eficacia desde los medios es determinar "de qué se habla", más que qué se dice. Sobre qué pensamos, y no qué pensamos. A eso se le llama, de manera un poco yuppie, "marcar la agenda". Se trata de conseguir que nos preocupemos de unas cosas y no de otras, que nos indignemos por unas cosas y no por otras, que discutamos con nuestros amigos de unas cosas, y no de otras.
Esta selección de "asuntos a tratar" puede hacerse por razones diversas. Las más de las veces se trata de ganar dinero, es decir, audiencia. Si yo tengo una exclusiva, quiero que la gente se enganche a ella. Si gestiono un programa de fútbol, me interesará que a la gente le vaya la vida en que la lesión de rodilla de tal o cual futbolista se cure en dos semanas, o que los espectadores odien o amen a un entrenador para que cuando vuelva a hacer unas declaraciones a todos nos importe.
Otras veces se trata de política. Hoy día ya no es necesario mentir ni manipular burdamente para ganar votos: por lo general basta con saber colocar en el centro unos debates y no otros. Ahí está la batalla, y lo saben bien quienes organizan debates televisados o radiados, y quienes diseñan las primeras páginas de los rotativos. No es lo mismo que nos pasemos el verano los españoles discutiendo sobre la pitada al himno que sobre la corrupción política, la regeneración democrática, el salario mínimo, la calidad de las condiciones de trabajo, la vivienda o la reforma de la Administración, por ejemplo. Nunca olvidaré una primera página de un diario nacional que, a tres columnas, denunciaba que el Gobierno vasco había aprobado un decreto para la protección de la variedad vasca de la gallina. No informaba que un decreto igual existía en Extremadura, en Castilla-León y en Aragón, pero eso da igual: lo importante es que discutiéramos sobre la nación. Lo mismo ocurre cuando salta a primera plana un exabrupto de un político de derechas o de izquierdas: nos muestran el muñeco, y nos abalanzamos hacia él para tirarle piedras y quedarnos tan a gusto, convencidos de lo tontos que son los del otro bando.
Estemos atentos. La batalla está ahora en suministrar munición para nuestras conversaciones de verano. No olvidemos nuestro derecho a jerarquizar la importancia de nuestras preocupaciones. Yo me niego, por ejemplo, a entrar en el tema de la "gran pitada", que ahora es tema nacional. Es algo que viene alimentándose por unos y por otros desde hace meses. Los pitorristas y los antipitorrianos están encantados de que los amigos nos peleemos por ese tema, en el que es tan fácil entrar al trapo. Yo haré objeción de conciencia, porque la conciencia no es ilimitada. Prefiero interesarla por la familia que se ha comprado un barco para rescatar inmigrantes en el mediterráneo.
Hagamos que en nuestras charlas suenen más flautas que pitos. Es otra forma de resistencia.
Eludir el debate es exactamente lo que pretenden quienes ningunean la bandera. Normalidad democrática, lo llaman. Y no reparan en que precisamente ultrajan un símbolo que representa a muchas personas, pisotean el respeto que ellos reclaman para sí. La cuestión no es que pitaran el himno español, sin que pitaran un himno. Todos los himnos merecen respeto. Ya sé que desprecias a los que pitan, pero discrepo de la idea esencial del post. Hay que hablar de ello, y mucho. Hay que defender el honor. El rey debió bajar al césped y decir "capitanes, ¿desean ustedes disputar estre trofeo limpiamente? Pues ordenen a sus respectivas hinchadas que muestren respeto por el rival. Leal rival". Eso es un jefe de Estado. ¿El mensaje era protestar ante un himno que no les representa? Pues que muestren el mismo respeto que reclaman para sí. Así que sí, hay que hablar de ello, y mucho. Para que no se vuelva a producir.
G
Gracias por tu reflexión, G.
Estoy de acuerdo con G. La pitada en sí no es el problema, pero sí es una muestra más de falta de democracia real, basada en el respeto por todas las opciones políticas y por las instituciones. Las cosas no se cambian de manera tibia, escondiéndose entre una multitud o manifestando posiciones, insisto, tibias. A mí me gusta escuchar el himno de mi país con dignidad, igual que se escuchó ayer en Francia, con el rey al lado de un gobernante de la república francesa. Eso es respeto y dignidad democrática. Claro que hay que hablar, no de la anécdota de las pitadas, sino de lo que hay detrás.
Por supuesto, no está prohibido hablar de eso. Y bien que se habla, y se seguirá hablando. Pero seguro que entendéis que cada uno decida, de entre todas las cosas posibles, cuáles quiere que sean para él preferentes. Y lo que yo quiero decir es que el "malestar nacional" propio de España (lo de menos es la bandera y el himno, lo de más es el sentido de pertenencia) recibe una atención desmesurada en relación a otros temas, y a veces interesada. El conflicto permanente sobre nuestra nación me cansa. Si se tratase de tomar decisiones de fondo, me implicaría mucho en el debate; si se trata de seguir reprochándose unos a otros con relación a sentimientos e identidades, me aparto.