La edición de Madame Bovary publicada por la editorial francesa GF-Flammarion incluye (al menos en su edición de 1986) en una adenda los documentos del juicio seguido contra Flaubert ante el Tribunal Penal de París, en el que se le acusaba por el fiscal de atentado contra las buenas costumbres y la religión.
Quien tenga la oportunidad, no debe perderse la lectura del escrito de acusación del Fiscal (yo no lo he encontrado en Google). Ninguna crítica, ningún comentario, ningún sesudo estudio de la novela la ha hecho más grande y atractiva. Tanto empeño puso el Fiscal en demostrar la sensualidad latente de incontables escenas de la novela, que uno descubre dimensiones de las que no se había apercibido en su lectura. El escrito de acusación es un enfermizo pero lúcido recorrido por la novela subrayando y destacando elementos ocultos que al fiscal le parecen la prueba de la degradación moral, pero al lector moderno le producen auténtica fascinación. Se describe cómo la lupa del autor pasa desde la figura insulsa del desdichado Monsieur Bovary para centrarse en Emma, su mujer, percibida como un prodigio de sensualidad. El paso desde la insatisfacción matrimonial hacia la abierta iniciación en un horizonte de nuevas posibilidades, a raíz de la fiesta en el Castillo de la Vaubyessard, donde acaso comprendió que la ruptura de las reglas bien afianzadas de sumisión de la mujer y fidelidad ciega al marido eran posibles, hasta el adulterio continuado (Léon, Rodolphe) se describe con precisión analítica, paladeando lujuriosamente detalles que, insisto, al menos a mí me habían pasado desapercibidos en buena parte. La depravación que el fiscal quiere poner de manifiesto es, sin duda alguna, la mejor defensa del valor literario de la novela y una magnífica presentación del alma de una mujer que, para un espíritu moderno, no puede ser sino una invitación a la relectura.
El Fiscal insiste denodadamente en convencer al tribunal de que la novela no es sino una inmoral glorificación de la "poesía del adulterio" frente a la "insipidez" (platitude) del matrimonio. Reprocha a Flaubert no ya que admita las caídas de Emma Bovary, sino que las describa con voluptuosidad (con todos los recursos del arte, pero sin el freno de reglas morales), y que el lector acabe comprendiendo el sentimiento tan profundo como salvaje de la mujer de sentirse más bella después de cada caída. No tolera que describa una confesión y la cercanía de la cara del cura como una situación sensual, ni que se detenga en los roces corporales de un baile, ni en cómo el champán desbordado de la copa cae por los anillos de los dedos de Emma, ni que al morir sin arrepentimiento, la narración se detenga en cómo la sábana cubría a medias el cuerpo de la adúltera, desentendiéndose de su alma condenada.
¡Quién pudiera merecer una acusación así! Lástima que luego el abogado defensor se esmerase en defender la intrínseca finalidad moralizante de la obra y el verdadero afán del autor de hacer que el lector mismo comprendiera que la deriva del adulterio conduce a la muerte, y que acabase convenciendo al tribunal que, despreciando el magnífico ejercicio literario del Fiscal Pierre Ernest Pinard, absolvió a Flaubert.
Leí Madame Bovary hace mucho tiempo, cuando era una estudiante, y casi lo único que recuerdo del libro es que me encantó. Pero era una edición barata de pastas blandas que compré en un puesto de la calle y no tenía niguna referencia al juicio, ni yo sabía hasta ahora de su existencia. Así es que a lo mejor me animo a volverlo a leer. Ganas dan, desde luego.
Teresa
Yo tuve la suerte de leerla a los cuarenta y tantos. Alguien debería hacer un estudio sobre cuál es la edad apropiada para cada libro (de los grandes). Algunos deberían estar prohibidos hasta la edad adulta: no porque vayan a hacer daño si se leen antes, sino para disfrutarlos y entenderlos al máximo.
Llevas razón. Estoy segura, segurísima, de que entonces se me escaparon la mitad de las cosas. Hacerse mayor tiene algunas ventajas.
Teresa