Mis hijos se inician en el estudio de las ciencias naturales, de la historia, también de la tecnología, las matemáticas, la música o el lenguaje. Cada mañana escuchan a alguien que les explica cosas que la humanidad ha aprendido, ha descubierto, ha inventado. Día a día reciben una herencia, un patrimonio de conocimientos que nos definen como especie. Un gigantesco esfuerzo se renueva cada mañana en los millares de colegios que están pagados con impuestos. Profesores que hace treinta, cincuenta años eran niños aprendiendo lo que ahora enseñan, con algún añadido propio de su generación. Los niños se familiarizan con un vocabulario y con una información que los introducen en la historia humana: leen un mapa mundi, comprenden las transformaciones en el modo de vida del neolítico, operan con fracciones y potencias, distinguen un capitel jónico de un corintio, oyen hablar de Miguel Ángel, de Lutero, de Pericles, de Erasmo, se enteran de que están hechos de células y de moléculas, saben calcular el área de un pentágono, oyen hablar del Arcipreste de Hita y distinguen los voltios de los watios. Tantas veces se preguntan para qué sirven lo que tienen que estudiar con urgencia para el examen de mañana, y tantas veces intento convencerles (con palabras que puedan entender) de que por el solo hecho de aprenderlo están ya cumpliendo un gran servicio a la humanidad, como es el hacerse cargo de una herencia que sólo puede subsistir si cada generación es capaz de recibirla. La educación es un derecho, del que hay que hacerse dignos.
Heredamos culpas y méritos y es bueno hacerse cargo, porque no venimos caídos del cielo, sino nacidos de estirpes milenarias de las que somos su resultante.
Cualquier otro día la conversación me llevará a lamentar una Ley de Educación desafinada, desnortada y resignada, tan poco ambiciosa y tan marcada por un mejunje de retales ideológicos sin grandeza de miras, más empeñada en imponerse que en ser aceptada. Pero esta noche prefiero quedarme en el orgullo de esa legión de maestros y esa cohorte de profesores que día a día, sea cual fuere el marco legal, hacen posible la memoria de la humanidad.
by Ernesto L. Mena
by Agustín Ruiz Robledo
by Maria Ppilar Larraona