La huelga del servicio de basura tiene algo de didáctico. Nos recuerda que las ciudades necesitan enormes vertederos para no anegarse con su propia entropía. Cada día la ciudad consume toneladas de recursos, absorbe su energía y excreta las sustancias de desecho en forma de bolsas de basura que, cada noche, una milicia bien organizada de camiones acopia y expulsa fuera de la ciudad en terraplenes e incineradoras. Mondas de naranja, espinas de pescado, bombillas fundidas, periódicos con grasa, vidrios rotos, envases de plástico, cuchillas de afeitar, colillas de tabaco, huesos de aceituna, lápices sin punta, papel de aluminio arrugado, cáscaras de pistacho, pañales sucios, cáscaras de huevo, esqueletos de pollo, paraguas desvarados, cables sueltos, tostadores averiados, trapos, pastores del Belén amputados. [Que cada cual añada, en su propia bolsa de basura, otros desechos]. Todo eso va fuera, a un circuito del que sólo conocemos la rutina nocturna de sus terminales más próximos: los contenedores.
Y de repente no hay manera de dar de baja a la basura. Se puede bajar, pero ahí queda, visible al día siguiente, pertinaz, testaruda, arrumbada junto al contenedor que habitualmente todo lo tragaba. Pronto olerá, no tardará en pronunciarse alguna alarma sanitaria, pero todavía, además del testigo de un conflicto laboral del que ignoro sus detalles, es un recordatorio de que la limpieza de la ciudad no es más que un artificial resultado de alcantarillas y vertederos.
Sí que es didáctica la huelga de basureros sí. Nos hace pensar mucho, en la mierda que producimos y en lo necesarios que somos todos para que funcione el engranaje de las ciudades.
bss