Todavía no tengo iPhone ni Samsung Galaxy. En mi entorno ya es tan normal como tener televisión en casa. Eso significa que estoy, de momento, en el lado de los raros, y que me estoy quedando incomunicado, porque el Whatshap (¿se escribe así?) ya ha sustituido a los mensajes SMS y a los correos electrónicos. Mis hermanos, mis amigos, se envían fotografías inmediatas, comentarios rápidos, en un chat de bolsillo que sólo requiere un click (del emisor) y un bip (en el receptor) allá donde estés en cada momento. A mí no me los mandan, salvo que yo tenga la iniciativa de marcar sus números, por alguna razón parecida a la que hizo que quienes sólo tenían teléfono, pero no correos electrónicos, no se enteraron de convocatorias, de chismes, incluso de acontecimientos que corrieron con la @ como vehículo.
Todavía no estoy preocupado. Me acuerdo de cuando empecé a escuchar la palabra "internet". Los más audaces hablaban de sus maravillas, y yo me tranquilicé diciéndome que internet haría lo necesario para llegar a mí, sin necesidad de que yo comprara ningún billete por anticipado. Y así fue: un día, un buen amigo me regaló por mi cumpleaños un módem que laboriosamente se conectó a mi ordenador (de los tiempos anteriores al Penthium), y que, en una primera sesión de prueba (aún no existía el buscador de Google, sino robots de búsqueda por materias), con una lentitud exasperante, me trajo a mi pantalla, por el azar de aquellos navegadores, nada menos que ¡el león del zoo de Birminghan!. No es que lo buscase: seguramente tecleé en "fotografías de animales" y el león apareció. Fue mi primera experiencia de internet. En aquel tiempo eso era un prodigio.
Ahora tengo sensaciones parecidas. Whatshap, Android y ese conjunto de aplicaciones me están buscando. Lo sé, porque cada vez oigo más esas palabras. Avanzan sigilosa, pertinazmente, a mi encuentro. Esta mañana he tenido en mi mano un superteléfono de esos y he visto cómo funciona ese chat. Mi mujer acaba de comprar un Samsung Galaxy. Yo no me escondo, no huyo, simplemente sigo aún descuidado con mi teléfono móvil que sólo sirve para llamar (miento: tiene también cámara de fotos, alarma, incluso una linterna que una vez me fue muy útil), del que creo que mis hijos ya se avergüenzan. Simplemente, todavía no me he entregado. Pero sé que en cualquier descuido (Reyes, cumpleaños, avería definitiva de mi móvil, ofertas de puntos acumulados, etc.), en cualquier esquina, seré encontrado. Seré invitado amablemente a entrar, y estoy seguro de que todo irá bien. Ya les contaré.
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