Traen colores de supermercado, pero una determinación que viene del carbón y de la tierra. Avanzan coordinadamente hacia Madrid para penetrarla con algo serio: con una reivindicación. Quieren poner su peso en uno de los platillos de las balanzas de las que se nutre el BOE. Pesará menos, pesará más, pero quieren estar ahí, para que lo se decida no cuente con la ventaja de su resignación, sino con el problema de su resistencia.
Para mí es una gran metáfora. Es el Gobierno quien ha de tomar decisiones. Pero el Gobierno está atenazado por demasiadas presiones que no tienen nada que ver con la democracia: el déficit, los mercados, los compromisos internacionales, los intereses de los grupos de presión. En ese escenario, lo que cada colectivo afectado por una decisión debe hacer es tirar también de su cuerda. Si nuestra sociedad fuese más reivindicativa, si supiera rebelarse y defenderse, si no hubiese caído desde hace tanto tiempo en la molicie y la desesperanza del sálvese quien pueda, las decisiones políticas tenderían más al equilibrio. Cuando uno de los platillos de la balanza está vacío, basta una leve presión en el otro para que el fiel deje de marcar el norte.
No sé qué política de ayuda a la minería sería la sostenible, pero simpatizo absolutamente con la determinación de los mineros del norte decididos a poner una tranca negra en la puerta de la mina, para que no se cierre por la fuerza del viento.
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