Parece que las noticias de la cumbre europea son buenas. Los periódicos y las radios han traido buen rollo esta mañana. Creo que también los mercados. España e Italia, con el apoyo de Francia, han hecho valer la fuerza de su debilidad: nuestro as en la manga era nuestra caída y su fuerza de arrastre.
Pero, ¡es tan difícil alegrarse de que se haya avanzado hacia una "unión bancaria y financiera"! Uno se alegra de que su equipo meta un gol, de que se dicte una sentencia justa, de que le den el alta a un enfermo, de que aparezca el fresquito por la noche, de que tus hijos saquen buenas notas o de haber quedado con unos amigos para cenar. La alegría pide noticias sencillas, hechas a tu medida. Si antesdeayer encontrábamos motivos para ser felices pese a la prima de riesgo, hoy cuesta trabajo el entusiasmo porque haya bajado.
La resistencia civil requiere la armadura de un leve escepticismo hacia las cosas que interesan a quienes ganan o pierden tanto dinero en una semana. Los lunes negros son para ellos, aunque después la negritud se vaya derramando suavemente sobre nosotros en forma de despidos, de tiendas cerradas, de largas listas de espera para un tratamiento, de escuelas empobrecidas. Ese sigue siendo nuestro terreno: el de las consecuencias. Es ridículo que un vecino de Loja o de Villacarrillo se entusiasme porque el IBEX supere los 6.500. Lo normal será que espere a que su Alcalde diga que tiene dinero para asfaltar la carretera, a que vuelvan a convocar oposiciones para que su hijo encuentre un puesto de maestro, o a que dejen de asustarle con su pensión.
Un título demasiado bonito para hablar de economía, no lo merece.