Hoy me he levantado sin miedo. He desayunado con ganas. He dejado a los niños en la pequeña felicidad de su colegio. Apenas he visto de reojo los gruesos titulares de negra tipografía de los periódicos expuestos en mi quiosco preferido, que hoy me parecían lejanos, como si me hablaran de lo que sucedió antes de ayer, y no de lo que va a pasar mañana. Me ha sorprendido comprobar que las aceras no se están combando, lo que interpreto como una al menos aparente victoria sobre las amenazas de un subsuelo lleno de raíces desordenadas, cloacas y humedades que están bien donde están. He pensado que hay suelo, y me ha confortado, me ha permitido sentir el cielo más cercano: el cielo azul de junio, que está por encima de cualquier truco interpuesto, recortado por vencejos escandalosamente alegres. Me he dado cuenta, otra vez, de que la casa de la vida tiene estancias amplias y diversas, y que es un error empeñarse en la habitación pequeñita en la que tantas veces nos sentimos recluidos y apelmazados, como en un autobús conducido por nadie.
Luego he leído la última entrada del blog de Manuel Madrid, "Piedad" (el enlace está en la columna de la derecha de este blog), y he vuelto a preocuparme: pero es una preocupación ética, y no el miedo.
Y así estamos, de acá para allá, zarandeados, comprobando que nunca estuvimos en la Arcadia, porque la Arcadia no es un lugar sino un trayecto que sólo el miedo puede quebrar.
Tener miedo lo único que hace es estancarnos. Y estancados no damos de sí todo lo que podemos dar.
Dan miedo los titulares diarios, pero hay que sobreponerse a ellos y avanzar.
Saludos
Creo que es tu empeño y tu voluntad los que te hacen no sentir miedo, porque con tanto zarandeo es como para asustarse.
bss