Esclavos con contrato.

¿Qué diferencia a un esclavo de un asalariado? La respuesta histórica correcta sería: "el contrato". El asalariado trabaja a la orden del empleador porque ha firmado voluntariamente un contrato, mientras que el esclavo es objeto de un contrato distinto (el de compraventa entre unos dueños y otros). El esclavo es propiedad, el trabajador es alguien que me da lo que me falta (mano de obra) a cambio de lo que me sobra (dinero).
Pero el contrato de trabajo deja de ser un contrato cuando hay escasez de empleo. Porque igual que cuando falta dinero aparece la usura, cuando falta empleo surge la explotación. Necesariamente: el empleador sabe que las peores condiciones, las más baratas para él, serán aceptadas por alguien, por lo que no se verá inducido a negociar. Los tratos no serán eficientes (según la más clásica doctrina liberal) porque no hay alternativas, competencia, libertad. En periodo de escasez, el mercado de trabajo desregulado es un mercado falseado por la posición de monopolio de quien ofrece el trabajo. Y genera monstruos: masas de trabajadores alienadas, sin esperanza alguna de levantar un proyecto de vida personal digna y sostenible. 
De esa evidencia surgió hace muchísimo tiempo el Derecho del trabajo, que no es sino un conjunto de imperativos legales que el empleador tenía que respetar al contratar a trabajadores: vacaciones pagadas, limitación de jornada, despido indemnizado, licencias para la conciliación de la vida familiar y personal, salario mínimo. Dignidad. Esos contenidos impuestos por la ley eran los que daban carta de ciudadanía a quienes sólo tenían su fuerza de trabajo. Esos derechos eran lo que recibían del sistema al que tanto daban con su trabajo. De esa misma evidencia surgió también el sindicalismo y los convenios colectivos: la negociación de los salarios y condiciones laborales no podía ser individual, sino colectiva; no podía hacerse en cada centro de trabajo, sino en un ámbito más general que neutralizase el predominio del empleador. Y de esa evidencia surgieron también las políticas de protección social: la salud, la educación y las pensiones (de jubilación, de incapacidad y de desempleo) no podían ir a cargo del salario, por lo que debían asegurarse por el Estado.
Esta lógica ha producido algunos excesos, que son los que ahora se exageran y caricaturizan para justificar la marcha atrás: burocratización sindical, rigidez algunos convenios-marco poco adaptados a empresas pequeñas, figuras contractuales complicadas que acaban forzando el fraude,  prejubilaciones, economía sumergida, etc.  Es natural que en tiempos de recortes un Gobierno cuide especialmente de moderar esas desviaciones que pueden estar financiando, más que derechos (de todos) privilegios y fraudes.
Pero la reforma laboral (y sobre todo la lógica sobre la que explícitamente se apoya, y que aplaude hoy tanto comentarista) más que podar la hojarasca va a afectar a alguna de las raíces del sistema. Su efecto natural, si no se corrige antes de que cuaje, no será un incremento de felicidad colectiva, sino una enorme devastación en forma de precarización de las condiciones de vida de aquellos de nuestros hijos que no puedan ser emprendedores, sino asalariados, agarrados a un contrato rescindible cualquier lunes y al borde del abismo de la desprotección social.
Esta tendencia hacia la desregulación y la flexibilidad, si se mantiene, romperá un pacto. Un pacto "constitucional" Sin la seguridad del Derecho del trabajo, media población se sentirá desinteresada en el mantenimiento del sistema, porque no obtienen nada de él: sólo una manutención que también un esclavo obtendría. Estallarían amagos de revolución que acabarían siendo reprimidos por una nueva forma de totalitarismo autojustificado.
¿Me estoy poniendo tremendo? No lo sé, pero cada día que pasa me voy convenciendo de que estamos volviendo al tiempo de los conflictos sociales. No contra éste o aquél gobierno, sino contra un sistema que se está desequilibrando sin contrapesos.
Deben, pues, señalarse líneas rojas, antes de que la hidra de la crisis siga enseñando cabezas que fuercen a más y más "flexibilidades". Debe marcarse bien un territorio señalizado como 'casus belli": que la pulsión de los mercados tropiece, en la sociedad occidental, con resistencias. Que los poderes públicos a la hora de tomar decisiones teman tanto a la reacción social como a los números de los mercados.
Y perdón por la soflama: es que leer lo que dicen algunos periódicos estos días sobre lo que "debería hacerse", me ha encendido.

1 Respuesta

  1. Miguel,

    Si, creo que te has ido lejos. Claro que comprendo y comparto las razones de este vuelo supersónico, pero me gustaría centrarme en un tema: la escasez de trabajo, la abundancia de mano de obra y el aprovechamiento por parte del empresario de esta desigualdad. La única manera de salir de este circulo vicioso es la especialización, la formación, el valor añadido. Fijate que incluso en la recogida de la aceituna no es lo mismo quien conoce el campo que quien no, quien tiene experiencia que quien no.

    El verdadero riesgo de lo que señalas se concentra en la mano de obra básica, de fuerza bruta, rechazada por los autóctonos desde hace años y deseado por los inmigrantes por irremediable. Como consecuencia, un nuevo factor como el envejecimiento de la población y la emigración se suman a tu análisis.

    Soy quizás demasiado optimista pero sigo pensando que debemos mirar el medio plazo, levantar la mirada de lo cotidiano aunque sea difícil. Y no perder de vista el mundo a nuestro alrededor. Tengo la convicción que todas estas reformas, recortes etc nos vienen de años de despilfarro y que lo importante es salir por una puerta distinta de la que entramos.

    Un abrazo camerunés,

    Nicolas

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