Roba sólo una vez por año. Siempre el cinco de enero. Se aposta cerca de una gran superficie, más bien a horas del mediodía. Elige el momento y la víctima con cuidado: no debe haber niños, debe llevar tres o cuatro bolsas con paquetes de distintos tamaños envueltos en papel de regalo. Mejor que la víctima tenga buena apariencia, que pueda reponer pese al contratiempo. Lo sigue hacia el coche, y si la ocasión es propicia, le pide por favor que le dé lo que lleva, esgrimiendo un cuchillo de cocina. Nunca ha tenido problemas: la víctima se quiere más a sí mismo que a sus posesiones, y se lo entrega todo. Entonces él le dice "lo siento", y sale corriendo con el botín. Luego, en casa, sabe tener paciencia. No abre los paquetes, sino que los coloca alrededor de sus zapatos, limpiados para la ocasión. Eso sí, los mueve, los pesa, sin tener idea de qué pueden contener: una consola de juego, una raqueta de pádel, una plancha, una novela, un ipod, un helicóptero lanzamisiles, quién sabe: prefiere que el azar lo decida. Por la noche se acuesta, ilusionado, pensando en sus Reyes. Por la mañana, al despertar, sabrá qué le han traído este año. Hace tanto que los verdaderos Reyes no pasan por su casa, pero él no quiere perder aquella ilusión de niño a la que se siente con derecho, aunque sea a costa del sacrilegio de robar a sus pajes.
Miguel Pasquau
Cuaderno de notas
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"Eso sí, los mueve, los pesa, sin tener idea de qué pueden contener…"
¡Me encanta!
Conmovedor.
Me alegro de que consiga sus regalos un día por año.
Saludos