El muchacho apretaba el paso: no porque llegase tarde, sino por el deseo de ver ya a sus amigos con los que había quedado para pasar la tarde. Primer día de vacaciones, buen plan, Sonia estaría en el grupo. Sorteaba con agilidad deportiva a los transeúntes que llenaban la acera, la música salía en tenues bocanadas por la puerta de cada comercio y la luz de los escaparates llenos de promesas rivalizaba con la última claridad del día más corto. Todo parecía puesto ahí como escenario de su excitada alegría.
El hombre caminaba con fastidio por tanta algarabía callejera. Notaba el frío en las manos y en la cara, pero sobre todo en el tuétano. La calle estaba llena y la tarde vacía. Un zapato le apretaba el pié lesionado y cojeaba un poco. En la boca, el malestar de una media siesta incómoda delante de un programa de variedades andaluzas. Tan sólo debía ir al estanco a recargar un mechero. Todo parecía puesto ahí como escenario de la pesadumbre que le había sorbido el alma despacio en años de molicie y rutina.
Chocaron en la esquina. El muchacho despreció al hombre gordo y lento que sobraba en la calle. El hombre despreció al muchacho alocado que no mira por dónde va. Fue sólo un instante, en seguida cada uno recuperó su nombre y su trayectoria.
Posiblemente el hombre fue como el muchacho en algún momento de su vida, y posiblemente el muchacho será como el hombre en un momento de su vida.
La prisa pertenece al principio, la lentitud al final.
Saludos