No dejó testamento ni escríbió memorias. Ni siquiera dejó un cadáver cuya disección pudiera contar alguna historia. Desapareció sin explicaciones. Quedó, sin embargo, un rompecabezas de pequeños datos que empezarían a hablar por los cuatro costados: el rastro de sus búsquedas en internet, las bandejas de entrada y salida de su correo electrónico, un listado manuscrito de direcciones, los movimientos de su cuenta bancaria, los recibos de las tarjetas de crédito, el registro de llamadas entrantes y salientes en su teléfono móvil, las agendas acumuladas de veintiocho años de trabajo, una lista de tareas pendientes con tres de ellas tachadas, el cajón del escritorio con algunos documentos (pólizas, escrituras, boletines de suscripciones, informes médicos) y una caja con objetos rescatados del olvido: entradas de teatro, carnets caducados., un anillo, ciclistas de plástico, esquelas recortadas, un Ducados, una medalla de atletismo, francos y liras, una imagen de la Virgen de Alonso Cano, la factura de una cena). Una intimidad hecha añicos, con trozos dispersos que apenas dibujaban ningún perfil recognoscible: datos, piezas, momentos, actos, fragmentos, nada más que una serie desordenada de anécdotas. Demasiadas hipótesis. Un espejo roto. Sólo quedaba una esperanza para reconducir a la unidad semejante dispersión: quedaba por analizar su biblioteca personal. Su alma.
El especialista diseccionó el gran vestigio: hizo un inventario, estableció una cronología, clasificó los ejemplares según su modo de adquisición, analizó las dedicatorias, los subrayados, lo que fue leído y lo que quedó en el estante, el roce de los lomos, las manchas de café, los restos de alguna lágrima sobre las hojas, las páginas que fueron arrancadas. El dictamen del especialista fue contundente: su verdadera muerte se había producido mucho tiempo atrás, y los últimos años de vida los dedicó a ocultar su muerte.
No es raro, que uno haya muerto hace tiempo sin haberse enterado. Y que vaya dejando pistas para ocultar lo muerto que está.
Muy sugerente.
Todavía estoy a tiempo de reconstruir mi alma y me voy a poner ello.
Gracias por las sugerencias.
bss
Me gusta el especialista, me gusta sobremanera la singularidad de su amor en la pesquisa la disección en la guarida de una persona que existe, existió, existirá en sus libros o en cualquier otro cimiento
¡me ha encantado!
Cuántas pistas falsas dejamos en nuestra vida, Begoña.
Tu alma sigue girando, Claudia, como la peonza. A veces giran tanto que parecen quietas.
Y a mí me gusta que llames guarida a una biblioteca, Moderruner.
Qué claridad hay en tus palabras. Respondes cuanto preciso. Un abrazo.