Hoy era para pagar a Hacienda. Otras veces es para pedir un certificado, para renovar un documento, para enviar por correo una novela a un premio, para comprar queso en el supermercado. Es otra de mis rarezas: me gusta hacer cola. No saben lo que se pierden los que siempre conocen a alguien de dentro y entran por la puerta de atrás, los que no soportan la derrota de ser uno más, con su papelito de turno: gente urgente, encapsulada en su privilegio, engreídos que están seguros de que su tiempo vale más que el del ciudadano que espera pacientemente su turno. Me gusta hacer cola, aunque sea para quejarme de las colas y de lo que tarda la gestión del que está ya en la ventanilla, qué pesado, ahora saca otro papel, lleva ya veinte minutos. Los de la cola resoplamos, y empezamos a hablar.
A mi lado una pareja de finlandeses, una señora inmensa con un bolso mínimo de cadenita, una joven con la que me gustaría hacer cola en la taquilla del cine esta noche, un estudiante universitario con camiseta negra y dragones que se come las uñas, un jubilado con ganas de contar su vida. Es una leve y fugaz comunidad que se dispersa a medida que van pasando turnos: el que avanza hacia la ventanilla ya no es uno de nosotros, adiós para siempre.
Cada cola es una ocasión. Cada cola es única. No siempre tenemos mejores cosas que hacer.
Una de colas, qué ingenioso.
A mí lo que no me gusta es que se me cuelen, he tenido más de un percance por esto.
besos.
¡La de personas inolvidables que uno se encuentra en tres minutos de conversación si los hados le son propicios! Hay ecos de alguna conversación que sobreviven veinte años después. Es lo bueno que a veces tiene la lentitud de la burocracia, te regala esos momentos que te dan para una vida. Si estás de suerte, claro 😉
Saludos