Lo peor de los terremotos es que la desgracia no cae del cielo, sino que sube de los infiernos. Y que destruyen la premisa principal de toda construcción humana: ni más ni menos que el suelo. Así también ocurre con los otros terremotos no telúricos que derrumban el soporte de todos nuestros silogismos, nuestras convicciones, nuestras seguridades, nuestras ideologías, nuestros afectos, nuestras rutinas. Creíamos que estaban edificados sobre suelo firme y descubrimos de vez en cuando que ese suelo no más que el techo de otra estancia levantada sobre cimientos intestables, sobre fuego y lava, sobre volcanes enfadados, energía inestable y rocas movedizas. Sobre abismos infinitos.
Quizás entonces, perdida la confianza en el suelo que nos soporta, envueltos en la intemperie, es cuando tenemos la ocasión de apreciar lo más duro y lo más apasionante de la libertad.
Bonita metáfora. Pero que miedo dan a veces esos abismos infinitos.
🙂