"Tengo todas mis esperanzas puestas en el pasado", le dice Rita a Chico, con leve sonrisa. La frase se apuntó en mi bloc de impactos cotidianos. Me gustó. La película alcanza, en ese diálogo, su clímax.
A partir de alguna edad, el futuro empieza a no ser infinito, ya no lo puede todo, ya no alivia las carencias del presente, y el pasado en cambio se convierte en un yacimiento casi inagotable de energía. También en el amor, en el buen amor, el pasado sigue juntando a la pareja, sin apesadumbrarla, sin amordazarla, simplemente persuadiendo de vez en cuando a uno y a otra de que cada día es el resultado provisional de una historia que merece la pena. Sin historia sólo hay enamoramiento, no hay amor.
En el devenir social, en cambio, es más preocupante que se instale el desánimo y se prive a cada nueva generación de su derecho a reinventar el futuro. Los liderazgos políticos, en Europa y Occidente, están demasiado esperanzados en el pasado, en que nada se deteriore demasiado, en que podamos volver a ser como fuimos. Hacen falta iniciativas, liderazgos (tenues) y propuestas que tuvieran capacidad de concitar esfuerzos. Hace falta un poco más de provocación y cierta disposición a correr riesgos.
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