Me encantan las explicaciones teológicas sobre el dogma de la inmaculada concepción, ese piropo a María que quiso racionalizar la Iglesia de una manera formidable.
Quienes han olvidado lo que debieron aprender en las clases de religión se creen que estamos hablando de virginidad, de espíritu santo y de cómo fue concebido Jesús. Es decir, que el dogma se refiere a la concepción de Jesús, que sería "inmaculada" por no haber existido cópula. De manera que la cópula, que es lo que literalmente sostiene y multiplica la vida, sería una especie de mácula.
No, es algo mucho más interesante que ese dato biológico tan inverosímil como es que una mujer dé a luz un hijo sin haber conocido varón, algo que mi razón no sabe creer, porque no imagina a Dios creando un espermatozoide divino para insertarse en la historia de la humanidad: ¿con qué carga genética? ¿con los rasgos físicos de Dios? Discúlpenme estas preguntas arrianistas que sin embargo no constituyen una enmienda al último dogma de la iglesia católica: el de la inmaculada concepción.
Concebida sin pecado original. Eso es lo que significa. Imaginada y elegida por Dios con premeditación, preservándola de la mácula de la condición humana, es decir, el pecado original. Porque para entender el dogma hay que creerse eso del pecado original: la tendencia a la entropía que anida en la condición humana, la proclividad a dejarse llevar por lo que no conduce al plan de Dios. La iglesia extrajo este dogma de aquella manifestación del arcángel Gabriel, de la que no hubo ningún testigo directo: "llena de gracia". Es el más grande piropo católico: tú no, tú estás a salvo de la tara de ese pecado original. Tú fuiste elegida no por tus méritos, tú eres también una creación espiritual directa de Dios, que te eligió como madre de quien habría de verter sobre el mundo el mensaje más divino jamás escuchado por la humanidad. Incapaz de pecar: un paréntesis, un eslabón suelto en la estirpe. Mucho más interesante que esa vulgaridad de preguntarnos qué resultado daría una prueba biológica de la paternidad de Jesús.
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