Sin prisas, sin prisas. Sin empujar. Si ya nunca más a va ser 2016, dejemos que hoy lo siga siendo. Organicemos una despedida, antes que la bienvenida. Mañana será otro año, pero hoy miro atrás, al año viejo. Me paso el día mirando atrás. Hago un pequeño acopio, algo azaroso, de razones por las que este año no ha pasado en vano. Un amigo que se murió (José Luis -ay, ¿dónde estás, que hace tanto que no hablamos?- Miguel Ángel), una amiga que se suicidó, unos libros que no olvidaré (La peste, Hablando del asunto), un Camino de Santiago, una conversación con amigos en la que por primera vez estuve riendo y llorando al mismo tiempo, la boda de mi sobrina mayor, las bodas de oro de mis suegros, el reloj que me regaló un sobrino con su primer sueldo, una mañana en la Biblioteca Nacional, la cátedra obtenida por una amiga, una visita al CIE de Aluche, dos conferencias cuya preparación me hizo pensar y leer, una novela mía que se convirtió en un libro, mañanas con mi hijo en ruta por pueblos de Jaén, pequeños acontecimientos de mis hijas adolescentes.
Ahora, en el coche, camino de Úbeda, seguiré haciendo inventario. Dejaré los dos o tres vagos propósitos para los primeros días de enero: quizás así no se evaporen con la efervescencia del cava. Cuando esta noche tome las uvas, estaré pensando en las alegrías y en las tristezas que se quedan, y no en las que están por venir. No será una uva por cada segundo, sino una uva por cada mes de este año, que no ha pasado en vano.
Feliz año, Miguel.. A pesar de Macbeth y Shakespeare (” La vida es un cuento contado por un idiota, con gran aparato y furia, que no tiene ningún sentido” ) , creo que es posible la felicidad. Sólo pido y deseo suerte a todo el mundo.
Cierto. La felicidad no “necesita” saber su sentido.