El bachillerato es lo más importante que una generación da a la siguiente: un compendio básico de conocimientos que resumen lo que la especie ha descubierto, aprendido y creado. Luego viene la Universidad, cuya función debería ser ahondar en un sector del conocimiento y preparar al universitario para ejercer una profesión o para dar un pequeño paso más en alguna de las líneas que la humanidad va trazando.
Un hijo tuyo, un hijo de cualquiera de nosotros, mi hijo, se graduó ayer como bachiller. La celebración es emotiva, sobre todo si han sido muchos años en el mismo colegio: en su caso fueron trece. Ellos y ellas están exultantes. Diecisiete y dieciocho años. Vestidos estampados y largos, peinados con bucles, trajes de caballero recién estrenados. Ahí están las madres y los padres con quienes has coincidido estos años en teatrillos de navidad, en fiestas de fin de curso, en primeras comuniones, en cumpleaños, en tutorías, en la salida del colegio al final de muchas mañanas. El salón de actos está repleto. Habla la directora, habla una representante de los padres y madres, hablan los alumnos. Se llama a cada uno y se le impone la banda entre aplausos y flashes. El vídeo con imágenes de todos estos años inevitiblemente llama a alguna lágrima guardada desde hace tiempo: aulas, fotos de grupo, locuras del viaje de estudios, niños dormidos en el pupitre, excursiones, biblioteca, laboratorio. Infancia y adolescencia. Caras de niños que reconoces y que ya son muchachos, que están cumpliendo la mayoría de edad.
Durante la cena, en el patio del colegio, los padres hablan de lo que van a estudiar sus hijos, los hijos se ríen y gritan en las mesas más divertidas, los profesores charlan y miran. Después de la cena se mezclan en los grupos los profesores, los alumnos y los padres. Se hacen confesiones, alguien se sincera, se expande el cariño, hay risotadas, las profes dan los últimos consejos a los alumnos a los que a duras penas podían sujetar en clase, los alumnos recuerdan anécdotas, la directora va de un lado a otro recibiendo palabras de los padres que le reconocen la labor del colegio.
La última escena es universalmente igual. Los padres se marchan a sus casas con las bandas de los hijos, y los hijos se van, pletóricos, con toda su libertad en el bolsillo, a una sala de fiestas. Se van a la Universidad. Se van del río del colegio al mar de sus vidas. A la mayoría de edad. Se van, y tú los ves irse con una mezcla de envidia, de alegría, de tristeza, con la sensación de que ya están en la edad de no parar de irse, y de que así debe ser.
Suerte a esos bachilleres a quienes todo les está esperando.
Me has recordado con alegría la graduación de mis hijos, no hace tanto tiempo. Uno es Abogado y Secretario de Ayuntamiento, y otro Ingeniero Informático. Son jóvenes, Uno casado y con dos hijos pequeños alucinantes, y otro soltero y con novia y pagando 900 euros de alquiler en Madrid, en la nueva burbuja. Y le digo : hijo, por favor, eso es una bestialidad, compra un piso y paga una hipoteca, y me dice que no, posiblemente porque el futuro es hoy más incierto para los jóvenes y no quieren amarrarse ni bancaria ni territorialmente.
Cuando los padres están en la vorágine del trabajo y los hijos estudiando, el tiempo y la relación paterno filial transcurre de manera distinta. Ahora, con la prejubilación, sólo se me ocurre todos los dias un monotema: desearles suerte, mucha suerte en su oficio, en la vida personal y en las relaciones sociales. No les digo que sean honrados porque no están capacitados para la inmoralidad y me llamarían cateto.
Suerte para tus hijos.
Enhorabuena,Miguel y gracias por compartir sensaciones y deseos como …”mucha suerte en su oficio, en la vida personal y en las relaciones sociales. No les digo que sean honrados porque no están capacitados para la inmoralidad y me llamarían cateto.”