“Hacerse un Cifuentes”

Algún verano (sólo alguno) de mi época de tesis doctoral o de oposiciones a profesor titular tuve que trabajar duro. Pero esa infamia, esa derrota, procuraba ocultarla. Si me preguntaban qué iba a hacer aquellas vacaciones, yo contestaba cualquier cosa menos "trabajar". Decía, por ejemplo, que me iría a Trevélez con unos amigos (José Luis Serrano, Manolo Zafra, José Antonio Navarro, Nicolás Pérez Cánovas), sin aclarar que el plan era sacar unas diez horas de estudio al día, eso sí, con un buen jamón en la cocina, con ventanas por las que entraba el rumor del río de día y de noche, con un café y un Farias en la cafetería "Río Madera", con visitas de amigos que nos desordenaban gracias a dios el plan, con charlas de sobremesa sobre monarquía y república, por ejemplo, con alguna escapada de un día a la playa para una cita secreta y prometedora, pero con diez horas diarias de estudio sobre cosas como la gestión de negocios ajenos o como la acción directa. Qué disparate.

Pero no, aquel disparate, aquel error forzado por los ritmos académicos y funcionariales de la Universidad no fueron un "Cifuentes", porque no presumíamos. Aquello era algo así como una derrota. Siempre le di un sentido sagrado al descanso veraniego. Un descanso integral. Una manera de "volver a COU", es decir, de volver al tiempo en que no estaba contaminado profesionalmente. Un "punto de restauración del sistema", como en los ordenadores. Las bicicletas son para el verano, pero sobre todo el verano es para las bicicletas. A veces, algunas veces, no ha habido más remedio que llevar en la maleta papeles con epígrafes feos y códigos, pero yo procuraba poner encima novelas, para esconder mi culpa.

Puede haber circunstancias atenuantes o incluso eximentes del delito de trabajar en tiempo de vacaciones. Lo que no tiene disculpa alguna es presumir de ello. Es un delito de escándalo. Es una apología del mal. Es "hacerse un Cifuentes".