El título nos indica ya que no se trata de una novela amable. Pero el título alude a un estado, a un acontecimiento quizás, y sin embargo la novela es un proceso. También podría llamarse "caída", si Camus no lo hubiese patentado ya. Así que optaría por "Caída en desgracia" (pero la palabra "caída" no sería adjetivo, sino sustantivo: una caída en desgracia)
La novela comienza con un suelo que parece firme: el que pisa David Lurie, a sus cincuenta y tantos. Hay un paralelismo entre David Lurie y Stoner, el de John William: unos profesores de universidad que hacen bien su trabajo pero sin entusiasmo, sin una especial empatía con su entorno, y sin apenas creer en sí mismos, aunque uno y otro están componiendo una obra que podría ser buena si perseveran en el empeño: Stoner, un trabajo de investigación, y Lurie una ópera de cámara sobre Byron en Italia. Pero Stoner parece caído desde el principio y es tenaz, y David no: David simplemente sortea algunas grietas en el suelo que son como arrugas de la edad.
Después, el vértigo. Una pérdida de equilibrio, apenas desaparece la barandilla de seguridad, que se llamaba, o se hacía llamar, Soraya, una prostituta de "ojos negros líquidos" que le da sexo y a la que él quisiera corresponder con algo más que dinero. Soraya desaparece, y David se queda en el aire. Entonces es cuando comete un error. Se fija en una alumna y la corteja. Ella no hace ningún movimiento de cercanía, pero tampoco sale huyendo: es su profesor. Él le explica que "la belleza de una mujer no le pertenece sólo a ella. Es parte de la riqueza que trae consigo al mundo, y su deber es compartirla". Es consciente de que debería poner fin a la historia, pero no lo hace. La busca, insiste, y ella se queda inerte, le dice que no (porque van a llegar en seguida...), pero nada puede parar a David. "Ella no se le resiste. Lo único que puede hacer es rehuirlo: aparta los labios, aparta los ojos. Deja que la tienda sobre la cama y la desnude: incluso le ayuda, pues levanta los brazos, arquea las caderas. Le sobrevienen pequeños escalofríos; en cuanto está desnuda, se cuela bajo el edredón como un topo que se abriese camino horadando la tierra, y le da la espalda". Coetzee, que no es juez, sentencia: "no es una violación, no del todo, pero es algo no obstante carente de deseo, no deseado de principio a fin. Es como si hubiera decidido distenderse, morirse mientras dure, como un conejo cuando las fauces del zorro se cierran en torno a su cuello. Como si todo lo que se le haga, por así decirlo, se le hiciese lejos de sí".
A partir de esta "violación, no del todo" [es extraño que el abogado de La Manada no haya utilizado en su alegato este benevolente juicio de Coetzee], y de otro encuentro también forzado por él en el que ella sí colabora "un poco más" e incluso parece gozar, se abre el precipicio. David no se resiste apenas. Mira hacia abajo y comprende que puede acabar en el fondo del fondo, pero nadie le empuja. Hay una denuncia, hay una especie de juicio en su Universidad en el que le ofrecen salidas útiles que a él no le parecen dignas, y renuncia a una defensa fácil, hace un órdago y pierde. Opta por una confesión, pero una confesión explicativa, acaso confiando en que si lo explica bien, si lo hace de manera creíble, quienes hayan de decidir se pondrán en su lugar y entenderán: no confiesa un abuso a una estudiante, sino un impulso. Se niega a suplicar clemencia. Pero Lurie se enfrenta a "la comunidad de los rectos, de los que tienen toda la razón", que "celebra sesiones en cada esquina, por teléfono, a puerta cerrada". No sólo le piden que se declare culpable, sino que demuestre arrepentimiento, y eso Lurie no puede darlo. Él lo explicará después a su modo: "puede castigarse a un perro por una falta como morder y destrozar una zapatilla. Un perro siempre aceptará una justicia de esa clase: por destrozar un objeto, una paliza. El deseo, en cambio, es harina de otro costal. Ningún animal aceptará esa justicia, es decir, que se le castigue por ceder a su instinto". Pese a los intentos de la comisión para que firme una declaración de arrepentimiento, no lo hace, y David es expulsado de la Universidad.
David Lurie venía de dos divorcios. Con su segunda mujer, Rosalind, aún hablaba de vez en cuando: "es una persona con la que puede contar cuando llegue lo peor: la caída en la bañera, las manchas de sangre en una deposición". David decide marcharse a pasar una temporada con la hija de ambos, Lucy, que vive en una hacienda en Cabo Oriental en la que cultiva flores para vender en un mercado y cuida perros de otros. El padre es bien recibido por la hija, aunque bien pronto se comprueba que la hija no es sin más una hija: es una mujer con su vida propia, generosa pero no solícita, una mujer que "no se esfuerza por resultar atractiva" no demasiado parecida a lo que él habría querido esperar de ella. "Su hija, a la que en otra época llevaba él en su coche al colegio y a las clases de ballet, al circo y a la pista de patinaje, es quien ahora lo lleva de excursión y le enseña la vida, le enseña ese otro mundo con el que no está familiarizado". Su hija tiene vida propia. Los perros, la jardinería, el huerto, los libros, la astrología, sus ropas asexuadas, "en cada uno de esos rasgos reconoce una declaración de independencia".
David ayuda a su hija a coger flores, a cuidar a los perros. Charlan, a veces, pero son diálogos en los que ninguno de ellos acaba por decir nunca lo que el otro querría escuchar. Mientras, David se va haciendo viejo en pocos días. "Su ánimo se ha tornado un refugio para los pensamientos viejos, vagos, indigentes, que no tienen otro sitio al que ir". Miren qué duro y qué lúcido: "Ahora comparte con ella [con Lucy] su casa, su vida. Tiene que andar con mucho tiento, no sea que los viejos hábitos vuelvan a instalarse: los hábitos del padre, como colocar el rollo de papel higiénico en su sitio, apagar las luces que ella deja encendidas, echar al gato fuera del sofá. Ensaya para la vejez, se dice a sí mismo en tono admonitorio. Ensaya para adaptarte y aprender a encajar entre los demás. Ensaya de cara al día en que tengas que irte al asilo".
Tampoco le sirve el lenguaje para entenderse con el entorno de su hija. Con la Sudáfrica negra. "Es un lenguaje hastiado, que se desmenuza con facilidad, que está recomido por dentro, como si lo hubieran atacado las termitas. Solo cabe fiarse de los monosílabos, y tampoco de todos [...] Cuando regresen las grandes palabras reconstruidas, purificadas, listas para otorgar confianza una vez más, él ya llevará mucho tiempo criando malvas".
Un miércoles por la mañana, mientras padre e hija paseaban y mantenían quizás la mejor conversación de la que eran capaces, la más amable de toda la novela, la desgracia toma forma de tres hombres que llegan por el camino con intencion de hacer daño. La violencia es brutal. Duele, mientras se lee la escena. Y sus consecuencias, devastadoras. Padre e hija consiguen sobrevivir, pero poco más que sobrevivir. Con secuelas. Con secuelas que cada uno rumiará a su manera, pero no juntos. Ese episodio arrasa con los brotes verdes de la relación del padre y la hija independiente. Lucy reacciona hacia adentro, su decisión, incomprensible para el padre, es clavarse más aún en aquel mundo. David no entiende cómo no opta por la huida, por comenzar una nueva vida en otro lugar.
En el resto, la caída prosigue hacia la desgracia de la desesperanza. No una desesperación: simplemente no hay nada a lo que agarrarse. Están los perros. Están los perros moribundos de la clínica veterinaria en la que ayuda a ratos, por los que David llega a sentir una compasión que casi lo redime. Casi. La última escena abate incluso al lector más duro.
1.- Como tú seguramente sabes, “disgrace” es uno de los muchos falsos amigos del inglés. La traducción más ajustada sería “ignominia”, “deshonra”, “infamia”, o “vergüenza” (no como sentimiento, sino como la acción que lo produce). “Desgracia” también tiene ese sentido en español, pero solo en expresiones como “La conducta de fulanito es una desgracia para su familia”; sin ese contexto solo se entiende como suceso desafortunado, sentido que no tiene el término en inglés. Tu propuesta de ´”caída en desgracia” refleja mejor el sentido del título original, pero dudo que ningún editor la aceptara. Lo que no entiendo, partiendo de que el traductor sabía lo que tenía entre manos es qué razón comercial llevó a la editorial a preferir una semejanza puramente fonética con el título original a una mayor fidelidad semántica, cuando había otras alternativas de una sola palabra (yo hubiera escogido “deshonra”).
2.- “Desgracia” no es que no sea una novela amable; es que es una de las más duras que yo he leído. Me costó volver a Coetzee después de leerla, y, visto como refleja la realidad sudafricana, no me extraña que el autor se fuera a vivir a Australia. Al que no conozca todavía a Coetzee o no tenga un paladar literario muy resistente le recomiendo empezar por su trilogía autobiográfica (¿o tetralogía?; no recuerdo si hay un “Otoño”), muy especialmente “Verano”, nada autocomplaciente y un auténtico “tour de forcé” literario en su despliegue de puntos de vista ajenos al protagonista.
3.- En fin, que gusto apartarnos un poco de “procès”, “Manada”, “ERE’s” y otras hierbas judiciales.
¿Has leído “La edad de hierro”? Durísimo también, aunque con un fondo amable, a veces enternecedor, que produce un efecto interesantísimo en el lector. No te la pierdas. Conocí a Coetzee con esa novela. Luego leí “Verano”, que no me gustó, y “Hombre lento”, que me gustó un poco más. Pero “La edad de hierro” y “Disgrace” son mis favoritas.
Addenda: Antes de que alguien me lo haga notar: se me ha escapado un acento inexistente en “tour de force” Al escribirlo nuevamente, compruebo que la culpa la tiene el corrector ortográfico. Vale