Censura y gobierno: “no es sí”

1 de junio, y cambio de Presidente y de Gobierno de España. No de la manera más vistosa (que sería un claro triunfo electoral que mostrase una voluntad popular inequívoca) pero sí de una manera constitucionalmente impecable, porque la mayoría de diputados, que representan a una mayoría de votantes, han censurado a Mariano Rajoy y han preferido a Pedro Sánchez.

Es cierto que el "no" a Rajoy es mucho más nítido que el "sí" a Sánchez, y esa es la debilidad y complejidad que deberá manejar el nuevo presidente, asentado sobre un "no es sí". Las razones que han motivado que el PNV, por ejemplo, lo apoye, no tienen apenas nada que ver con las que han movido a por ejemplo Podemos. El espacio de intersección entre PSOE, Podemos y confluencias, PNV, ERC y PDCat es estrecho. Ni en política económica ni en política territorial existe una confluencia nítida. Habrá un primer momento de cierta satisfacción, que consistirá en visualizar los cambios en ministerios y organismos dependientes del Gobierno; veremos también cómo Torra y Sánchez se encuentran en Moncloa coincidiendo con la caducidad de las medidas del 155; cómo se desbloquea en el Congreso la tramitación de algunas leyes que se aprobarán por mayoría absoluta porque serán derogación de las que se aprobaron con la mayoría absoluta del PP en otra legislatura; veremos a Sánchez en Europa representando una posición no demasiado diferente a la de Rajoy (porque el margen de maniobra de un presidente en Europa, como la de un Estado entero, es pequeño), pero con acercamientos a otros protagonistas (¿qué líderes socialdemócratas hay ahora gobernando?). Pero en seguida, según todo parece indicar, surgirán las insatisfacciones, los desencuentros y la imposibilidad de seguir avanzando en acuerdos (no se podrán aprobar otros presupuestos), hasta que probablemente volvamos a un escenario en el que el Gobierno quizás quede apoyado sólo por el grupo parlamentario socialista, en cuyo momento se convocarán nuevas elecciones.

Habría otra posibilidad: que PSOE y Podemos hicieran ya, y no provisionalmente, sino con vocación de futuro,  lo que en algún momento tienen que hacer si quieren de verdad influir en la política española. Que el PSOE se dé cuenta de que su aliado natural es un Podemos convencido de que su aliado natural es el PSOE. En ese caso el Gobierno, sea socialista o sea de coalición, sería un gobierno apoyado por una mayoría de diputados más sólida que la del Gobierno de Rajoy. Esta opción comporta riesgos electorales para el PSOE (parte de sus votantes mirarían a Ciudadanos) y para Podemos (los que sólo se movilizan por su "programa máximo"), pero también oportunidades a largo plazo, porque si hay algo claro es que el desencuentro entre PSOE y Podemos los condena, salvo convulsiones que hoy por hoy no parecen verosímiles, a la irrelevancia. Sólo una acción de gobierno acertada, situada en el ámbito de lo posible, en el marco de un europeísmo crítico, de la socialdemocracia y de la determinación en la lucha contra la pobreza extrema, y con resultados, podría a corto y medio plazo movilizar el voto de la izquierda española. Ni mucho menos está claro que vayan a conseguirlo.

Por paradójico que parezca, creo que la estrategia de Sánchez debería consistir en jugársela en lo más difícil: la cuestión territorial. Enfrente va a tener a un Partido Popular y a un Ciudadanos interesados en agudizar la sensación de que se trata de un conflicto en el que sólo se puede ganar por goleada o perder con indignidad, y que conecta con buena parte del electorado (incluso del electorado del PSOE). Pero los escenarios no son inamovibles, y el acierto político puede dejar de un golpe obsoleto ese marco en el que el PSOE está atrapado desde hace años. Porque hace muchos años que a los españoles no se les plantea como verosímil una alternativa verdadera, y no sólo retórica, de enfrentar nuestro "malestar nacional". Las líneas rojas están claras: no se pueden transgredir los límites constitucionales sin modificar la Constitución, y no sólo porque "no les dejen", sino porque el constitucionalismo es una virtud y un baluarte frente a discursos antisistema que vienen de la izquierda y ¡sobre todo! de la derecha. En este empeño se pueden hacer cosas desde el Gobierno, pero existe una condición indispensable: que desde los partidos soberanistas se colaborase. Y la manera que tendrían de colaborar sería no enrocarse en posiciones que saben que no podrán ser aceptadas en este momento histórico: deberían renunciar explícitamente al unilateralismo y volver a la reivindicación de una solución democrática bien programada que tarde o temprano pase por una consulta popular legítima. Que esa consulta pueda ser legítima sólo depende del PSOE: una mayoría de españoles (es decir, una mayoría de representantes de la soberanía nacional) puede hacer legítima una consulta en un territorio. Aunque es cierto que una cuestión tan trascendente sí requeriría una convocatoria de elecciones con propuestas claras en los programas electorales: no estoy diciendo que esa consulta deba celebrarse en esta legislatura.

Sánchez tiene muchas posibilidades de equivocarse y fracasar. Sería un fracaso con consecuencias para al menos una década. Sánchez y sus nuevos aliados, los que representan a una España diferente a la hasta ahora hegemónica, tienen alguna posibilidad de acertar. Esa posibilidad pasa porque la voluntad política hoy expresada en un "no", pueda provocar un "sí" a unas políticas capaces de ser refrendadas en las próximas elecciones generales.

Por último, tengo interés en decir algo sobre Mariano Rajoy. Rajoy no sólo ha sido un buen parlamentario. Su trayectoria en las diferentes instituciones del Estado merece un reconocimiento. Rajoy es un político de derechas, viene de la derecha y ha representado a la derecha, y es normal que media España le reproche muchas de sus políticas. Tampoco ha sabido enfrentar con determinación el desolador panorama de corrupción en su partido, probablemente por la cercanía personal con algunos de los implicados y por su tendencia a creer que el tiempo minimiza la importancia de las cosas. Con él en el Gobierno, algunas instituciones del Estado han sucumbido a una lógica más de partido que de Estado. Ha merecido la censura, a la que incluso se habría sumado Ciudadanos de no ser porque conllevaba el apoyo a Sánchez. Quiero decir, sin embargo, que Rajoy no es ni mucho menos lo peor de su partido. Yo creo que es mejor que su partido: por lo pronto, aunque creció al lado de Aznar y de su mano, supo enfrentarse a Aznar, planteó un pulso a quienes, desde el entorno político y mediático de Aznar quisieron acabar con él, y les ganó. Y esa victoria frente al aznarismo le ha venido bien a España (naturalmente, es una opinión personal). Ojalá la alternativa al marianismo en el PP no sea volver a algo parecido al aznarismo.