Algo de alarma produce también tomar conciencia de que quien fue Jefe del Estado durante 40 años, además de su importante asignación con cargo a los presupuestos del Estado, cobró una muy millonaria comisión por unas gestiones que realizó en el ejercicio de sus funciones. Dicen que fueron 100 millones, no sé si de euros o de dólares. Dicen que fue por su mediación para conseguir la adjudicación a empresas españolas de una obra pública en Arabia Saudí. No es preciso poner mucho énfasis para que produzca un rechazo absoluto y sin matices ver a un Jefe del Estado haciendo de comisionista. Un rechazo que yo calificaría de "constitucional". De confirmarse, se trataría de una deslealtad a Constitución la que el rey Juan Carlos anudó su suerte política.
Ya sé que los reyes tienen la costumbre histórica de prever la posibilidad de un derrocamiento y un exilio con fondos colocados fuera de la fronteras de su reino: una especie de fondo privado de contingencias por el plus de peligrosidad por destronamiento. Ya sé, también, que las élites se conocen bien los corredores financieros para diversificar su capital, por lo que pueda pasar. Sé que en familias de patrimonio eso es percibido como un ejercicio de responsabilidad pensando en los hijos. Pero un Jefe del Estado, y más aún un Jefe del Estado vitalicio, es César o nada. No puede jugar a dos bandas. Y si lo hace, y lo pillan, no puede emplear la baza de una mano (inmunidad, respeto institucional, intereses de Estado, César) para evitar que se le vea la otra mano.
El rey Felipe no podía dejar de salir al paso con inmediatez. Ha suprimido la asignación de parte del presupuesto de la Casa Real (que es presupuesto del Estado) al rey emérito, y ha informado de que cuando se enteró de que había sido beneficiario de algunos fondos acudió al notario a renunciar. También ha renunciado a la herencia de su padre.
La renuncia a la herencia futura (es decir, mientras no muera el causante) no es eficaz, porque así lo dispone el artículo 991 del código civil: "Nadie podrá aceptar ni repudiar sin estar cierto de la muerte de la persona a quien haya de heredar y de su derecho a la herencia". Sin embargo la renuncia a su designación como beneficiario de fondos privados, aunque esté hecha con carácter "mortis causa" (es decir, para después de la muerte de quien lo ha designado) sí es eficaz.
La ineficacia patrimonial de la renuncia a la herencia no deja de tener, sin embargo, un valor simbólico. Supone una ruptura con el causahabiente o antecedente de la dinastía que, por norma constitucional, le ha conferido la condición de Jefe del Estado. Contra lo que ya se ha escrito, invocando el art. 990 del código civil, de que no es posible una renuncia "en parte" a la herencia, y que por tanto quedaría comprometida su condición de rey, no hay ninguna incompatibilidad entre renunciar a la herencia (íntegramente) y ser sucesor dinástico a la Jefatura del Estado: el rey Juan Carlos no tenía poder para designar a su sucesor haciendo testamento, porque es la Constitución quien establece la línea dinástica. Casi sonroja tener que explicar esto. Pero lo importante es que esta ruptura simbólica de Felipe VI con Juan Carlos I fuerza a cambiar el relato.
Si en España fuimos en general más juancarlistas que monárquicos, porque Juan Carlos no obstruyó, sino que facilitó el tránsito de la dictadura que lo eligió como sucesor a una democracia, ahora el relato se complica, y lo hace en un aspecto esencial para la monarquía: la legitimidad moral y la aceptación social de la regla constitucional en que se basa la designación. La monarquía constitucional debe renovar argumentos. Ya no puede seguir viviendo de las rentas de su condición de instrumento para la transición.
Felipe VI conserva intacta la legitimidad constitucional para ostentar la Jefatura del Estado. Esto también es una obviedad. Pero la monarquía, cuya aceptación social se basó en buena parte en la figura de Juan Carlos, tiene delante de sí la tarea de reconstruirse de espaldas a su herencia. Yo no digo (ni pienso) que la herencia política de Juan Carlos se resuma en el cobro de una comisión tan desleal, pero lo cierto es que esa gran deslealtad obliga a Felipe VI a ganarse su condición como algo distinto a un mero sucesor. Y para ello necesita algo más que no equivocarse y seguir con los protocolos. Necesitará a las fuerzas políticas, igual que Juan Carlos no podría entenderse sin los políticos que lo rodearon. Y mal haría si sólo buscase el apoyo en forma de vivas al Rey. Estoy seguro de que no caerá en ese error. O logra convencer (convencer de verdad) de su utilidad más allá del perímetro del monarquismo, y más allá de una fracción ideológica, o la monarquía constitucional perderá la única ventaja que tiene sobre la presidencia de una república: sujetar simbólicamente, desde un punto neutro, el terreno de la disputa política... Y de las disputas territoriales. No está claro que lo vaya a conseguir fácilmente.
¿Qué es un rechazo constitucional a un rey constitucional?…
Modestamente, percibo aquí una contradicción entre el viva el Rey, el rechazo al Rey y la constitución del 78.
Puede que las tres realidades sean falsas (Rey, rechazo y Constitución), y puede que solo una sea verdadera (el Rey, el rechazo, o la Constitución…
Pero cuesta imaginar que sólo una de esas realidades sea falsa dado el nexo causal que enlaza al Rey con la Constitución, aunque, bien pensado, el rechazo puede ser una impostura.
Pero si el rechazo no es una impostura cabe preguntarse ¿qué es lo que rechaza el rechazo?; si rechaza al Rey, o a la Constitución que lo ampara, o a ambos dos.
¿Puede un Rey Constitucional ser desleal a la escritura constitucional que lo fabrica y lo dota de inmunidad? …
Es decir: ¿Puede un Rey ser desleal a sí mismo?
Una vez más el autor cabalga sobre los amplios Cerros de Úbeda cual quijote tras modernos offshore wind power y doncellas corinas que despluman reyes desleales; promiscuos en faldas y billetes.
Con moralidad serrana el autor trafica las sendas de cabras con pluses de peligrosidad, viendo a César, y a nadas, imbuidos en manos trileras que hacen maravillosos malabarismos mágicos. Todo un espectáculo de Teatro Real.
Sin embargo, el reloj del autor es como el de la Chancillería que lleva siglos parado, pues la inmediatez del Rey Felipe fue tan inmediata que, cuanto menos, duró todo un año, si no duró una década, o dos.
Pero lo más sorprendente es llamarle al expolio comisionista “fondos privados”…
Es como si Bárcenas nos apareciese ahora con una fundación en la que designa a sus descendientes beneficiarios de sus “fondos privados”…
¿Cuándo dejaron de ser públicos esos «fondos»?… Esto si que es magia jurídica…
Está claro que sonroja la explicación, tanto como el desvío de la pelota al córner del submundo de Hansel y Gretel, cazadores de brujas… Menuda broma de relato.
¿Desde cuando apropiarse de lo ajeno es un error, y no un delito?
¡Mulgere Hircum!