Conocí a doña María Rosa de Madariaga cuando murió Marcos Ana.
Yo acababa de descubrir a Marcos Ana. Paco Ramírez me habló de él y no le cabía en la cabeza que yo no supiera quién era. Me puso deberes, que cumplí: de entrada, leerme su autobiografía (“Decidme cómo es un árbol”). Lo que más me interesó de él, por razones literarias, fue su época como director del Comité de Información y Solidaridad con España (CISE) en París: quería sumergirme en aquel mundo de militancia antifranquista en el exilio donde quería ambientar mi última novela, y su figura aparecía por todos lados. Cuando murió en noviembre de 2016, leí varias semblanzas y necrológicas, y la que más me gustó estaba firmada por María Rosa de Madariaga y publicada en “Crónica Popular”. En el artículo recordaba su colaboración con él en el CISE de París en los años 60 y 70.
La busqué. Di con ella. Le envié un correo electrónico pidiéndole la oportunidad de tomar un café para charlar de todo aquello, y accedió. El 23 de junio de 2017, habíamos quedado en la cafetería del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Encontré a una señora elegante, atractiva y muy despierta, con una biografía muy interesante e implicada en el presente. Y locuaz. No desconfió de mí, y durante horas me habló de su trabajo como historiadora, de su militancia política comunista con el enorme desagrado de su tío don Salvador, de su labor en “Ruedo Ibérico”, de su maestro Pierre Vilar, de aquel París, y por supuesto de Marcos Ana. También de su desencanto posterior, y de la necesidad de salvar lo más valioso de todo aquello por lo que tantos habían luchado: una democracia de verdad. Para ella la amenaza era la falta de aprecio ciudadano y la miopía de los líderes políticos: esa mezcla la veía como el caldo de cultivo para un neofascismo oportunista que parasitase las instituciones democráticas.
La introduje, con su permiso, como personaje de la novela. Con su nombre y sus ojos azules. Le envié la versión final por si encontraba algún reparo personal, y no puso ninguna objeción. Hace pocos meses la invité a la presentación de la novela en el Instituto Cervantes de Madrid y me dijo que tenía interés en asistir. Pero no vino, o al menos yo no la vi entre el público.
Hoy me encuentro con la noticia de su muerte.
Y uno se queda pensando en lo importante que es, al final de la vida, la mirada atrás. Sobre todo en el caso de quienes vivieron para mejorar el futuro. Se parezca mucho o poco este presente al futuro que ella imaginó, su vida ha tenido sentido.
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