[Artículo publicado en la revista CTXT el 01/11/2016, puedes leerlo en su formato original aquí.]
No se puede gobernar desde el Parlamento, pero sí controlar la acción del gobierno y definir los marcos legales de su iniciativa
El medio plazo juzgará mejor que cada uno de nosotros si el PSOE ha sabido situarse en el nuevo escenario político español. Tras el 20D optó por el burladero de proponer un inviable gobierno centrista con toques de derecha liberal y otros toques de izquierda (digo inviable porque tal y como se cerró el pacto con Ciudadanos, era inexigible e inimaginable un apoyo de Podemos) y descartó tanto la abstención a un gobierno de Rajoy como la formación de un gobierno de izquierdas posible propuesto primero de manera objetable por Podemos, y a última hora de manera inobjetable por Compromís. Eso nos llevó a unas segundas elecciones. Tras el 26J optó primero por el “no es no” a Rajoy, y finalmente por la abstención, prohibiéndose a sí mismo la posibilidad de formar un gobierno alternativo sobre la base de un programa compartido de recíprocas concesiones con Unidos Podemos y con el apoyo externo de los nacionalistas, dispuestos a apoyar lo que consideran un mal menor. El tiempo dirá si la oleada de aprobación general que esta decisión del Comité Federal del PSOE ha suscitado en la inmensa mayoría de los medios influyentes de comunicación en España y el desánimo que ha producido en una masa de ciudadanos difícil de cuantificar se traducen en un “epílogo” o en un reforzamiento del bipartidismo PP/PSOE. El tiempo dirá, también, qué consecuencias tendrá esta decisión para la subsistencia del PSOE como partido con vocación de gobierno.
Desde el 20D muchos venimos pensando y escribiendo que el bloqueo político no era una cuestión de aritmética parlamentaria, sino la consecuencia de la “indecisión” del grupo parlamentario que quedó en posición de decidir: el PSOE. Esa indecisión no se debía tanto a “dudas” como a “disputas”: un sector del PSOE tenía como objetivo principal trazar un cordón sanitario y una línea de separación con Podemos (lo que conducía al favorecimiento de un gobierno de o con el Partido Popular), mientras que otro sector prefería marcar la línea de antagonismo con el PP, lo que forzaba a un entendimiento con Podemos. En esa tesitura difícil, el PSOE pidió tiempo muerto y se instaló en la indefinición, pero el transcurso del tiempo no trajo por sí solo ninguna solución, y al cabo de casi un año ha tenido que hacer lo que bien pudo hacer desde el principio: decidir. Ya sabemos cuál ha sido su decisión: ha preferido que Rajoy sea presidente del Gobierno a presidir un Gobierno con Podemos y apoyado externamente por los partidos nacionalistas. La opción es legítima; el modo y los tiempos, un desastre sin paliativos que pasará a la historia con la imagen de Antonio Hernando hablando de la reválida de la ESO en el debate de investidura de Rajoy.
¿Qué va a pasar con la izquierda española?
La impecable renuncia a su escaño de Pedro Sánchez y sus declaraciones en una entrevista televisiva (en la que exhibió una determinación y una apuesta política que se echaron de menos mientras ocupó el cargo de secretario general, y que permite calificar como incomprensible su negativa de plano a aceptar la propuesta de Compromís al final de la anterior legislatura) prometen un proceso interesante dentro del Partido Socialista del que dependerá el futuro de la izquierda a medio plazo. En unos meses sabremos si el PSOE se adscribe como pieza garante de un statu quo político hasta su agotamiento, o si se incorpora a una movilización política capaz de provocar (y al mismo tiempo normalizar) cambios sustanciales que reclama una parte nada despreciable de españoles, creo que mucho mayor que la que se visibiliza en los medios de comunicación más influyentes. Si opta por lo primero, es decir, por mantener un juego declinante de poder en clave de alternancia y turnismo con el PP, con la incolora asistencia de Ciudadanos, será probable que el socialismo siga manteniendo poder territorial en el sur, pero, salvo improbable catástrofe en el PP, no tendrá posibilidad alguna de gobernar en España, y buena parte de los votantes de izquierda del PSOE (particularmente en la periferia de España) acabarán considerando su trasvase a Podemos o a Izquierda Unida, robusteciendo sus posiciones en la oposición pero sin acercarlos al poder. Si opta por lo segundo, el PSOE retendrá a esos votantes de izquierda, pero seguramente perderá a los del flanco centrista, que quizás consideren su voto a Ciudadanos. Va siendo momento de definirse.
Da la impresión de que hay un sector de Podemos que está encantado con que el PSOE se decante por una “coalición de alternancia” con el PP, para convertirse en la “única” referencia de la izquierda social
Pero no sólo es el PSOE el que va a marcar el futuro de la izquierda en España. Podemos también tiene que tomar sus decisiones. Al margen de aspectos organizativos y de disputas sobre cómo combinar la acción institucional con las movilizaciones sociales, tiene que optar por un modo u otro de relaciones con el PSOE. Tiene que optar entre la “pureza” (Podemos contra todos) y la “utilidad” (Podemos con capacidad de decidir, mezclado con otros). No basta con que el PSOE quiera acercarse a Podemos: Podemos también tendría que “dejarse”. Da la impresión de que hay un sector de Podemos que está encantado con que el PSOE se decante por una “coalición de alternancia” con el PP, para convertirse en la “única” referencia de la izquierda social, mientras que otro sector aceptaría como un escenario natural el entendimiento con un PSOE nítidamente diferenciado del PP no sólo en la retórica de los derechos sino en políticas económicas y sociales contrastadas. Es claro que se trata de dos procesos que se miran entre sí: la orientación que tome el PSOE en su próximo Congreso determinará sin duda la postura de Podemos, y viceversa. Los ciudadanos estaremos atentos, pero poco podemos hacer de momento, más que esperar acontecimientos.
Mientras tanto
Mientras tanto, hay por delante una legislatura en la que cabría esperar una actividad parlamentaria con batallas nada despreciables. Los 85 diputados del PSOE siguen siendo (¿a su pesar?) decisivos para un gran número de asuntos, por la sencilla razón de que la suma de PP y Ciudadanos no es suficiente para aprobar unos presupuestos, una ley orgánica ni para bloquear una iniciativa del resto de diputados del Congreso. Si desde la mayoría de los medios de comunicación se fomenta con determinación una coalición de facto entre PP y PSOE que permita la continuidad en lo sustancial de las políticas económicas y territoriales mantenidas por el PP en solitario, sin perjuicio de enmiendas regeneracionistas o retoques menores, no debería excluirse la posibilidad de que PSOE y Podemos hicieran un uso inteligente de la fuerza parlamentaria que el electorado les ha dado, a fin que conseguir el máximo de eficacia posible en iniciativas legislativas y de control del Gobierno, gusten o no gusten a los medios.
Para ello sería imprescindible un proceso de reflexión tranquilo y desapasionado en el que el PSOE (el que resulte del nuevo Congreso) y Unidos Podemos identifiquen con precisión puntos de coincidencia y puntos de discrepancia, de tal modo que en lo coincidente puedan proponer iniciativas legislativas conjuntas, y en lo discrepante vayan por separado buscando cada uno los apoyos de que sean capaces. Sería lamentable que el empeño de Podemos por lanzar al PSOE al redil del PP, y el del PSOE de lanzar a Podemos al gallinero, impidan la posibilidad cierta de cambios que reflejarían fielmente la voluntad popular expresada en las últimas elecciones, particularmente en materia de derechos, de defensa de políticas sociales y de lucha inmediata contra la pobreza en sus diferentes manifestaciones.
Se pueden apuntar algunos aspectos en los que PSOE y Podemos (con el apoyo de otros grupos parlamentarios de idéntica legitimidad democrática) podrían intentar una oposición conjunta que pudiese concitar mayorías parlamentarias diferentes de las que ha propiciado la investidura de Rajoy: reforma del Código Penal (con supresión de la prisión permanente revisable y redefinición de delitos que colindan con la libertad de expresión y pensamiento), reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana (con la supresión de excesos represivos dispuestos para invisibilizar y desalentar la protesta legítima), control de RTVE (y modo de designación de sus órganos directivos), reforma de la legislación en materia de publicidad institucional (para evitar que se convierta en un instrumento de compra de voluntades en los medios de comunicación), reforma de la legislación sobre contratación pública (para que las buenas prácticas administrativas no dependan de la frágil voluntad de los responsables políticos sino que sean el resultado de la transparencia), reforma de la legislación laboral (para restituir un razonable ámbito para la negociación colectiva de las condiciones laborales y para marcar líneas rojas frente a la flexibilidad a la baja de dichas condiciones), reforma de la fiscalidad (para impedir bolsas consentidas de fraude y seleccionar con criterio social los ámbitos de mayor presión fiscal), aprobación de medidas legales de emergencia frente a las situaciones extremas de pobreza con las que un país digno no puede convivir, elaboración de una ley sobre el derecho a la vivienda, reforma de la legislación de extranjería, de la universitaria (y su política de becas), del marco de la investigación científica pública, etc.
No se puede gobernar desde el Parlamento, eso es cierto. Pero en el Parlamento puede controlarse la acción del gobierno y pueden definirse los marcos legales de su iniciativa
No se puede gobernar desde el Parlamento, eso es cierto. Pero en el Parlamento puede controlarse la acción del gobierno y pueden definirse los marcos legales de su iniciativa. Pueden también hacerse visibles alternativas, pueden suscitarse debates y provocarse agendas. Lo que está claro es que si PSOE y Podemos juegan solamente a disputarse el protagonismo en la oposición, el Partido Popular gozará de condiciones favorables para gobernar como si tuviera mayoría absoluta, con puntuales peajes de carácter anaranjado, y acaso con encendidísimas intervenciones de los portavoces socialistas para suministrar titulares de prensa y enfatizar que son oposición, y no menos encendidas intervenciones de los portavoces de Podemos que culpabilicen al PSOE, por su abstención, de todo lo que pase.
Una deuda democrática: aclarar posiciones
Pero es verdad que no podrá haber una oposición parlamentaria inteligible (y por tanto útil) mientras la izquierda democrática española no juegue con decisión sus apuestas y clarifique sus ofertas. Eso pasa por un Congreso extraordinario del PSOE en el que se libre de una vez, sin subterfugios, la gran batalla que viene postergándose desde hace mucho tiempo. También pasa por saber si Podemos se enroca en lo que considera deseable, o si juega también a lo inmediatamente posible.
La democracia consiste en que los Gobiernos y las líneas de acción política las marcan las preferencias de los ciudadanos, y no, ciertamente, las grandes corporaciones mediáticas y empresariales. La izquierda debe jugar a fondo a la democracia, sin caer en el victimismo: nada asegura que el pueblo prefiera gobiernos de izquierda a gobiernos de derecha, y aunque esté bien señalar con el dedo trampas mediáticas y presiones económicas, no conduce a nada creer que los ciudadanos votan engañados si votan a Rajoy. La izquierda no tiene más alternativa que convencer a los ciudadanos de que merece la pena elegirlos. Para ello será importante que, en los futuros procesos electorales, la gente pueda por fin saber qué vota cuando vota al PSOE, y qué vota cuando vota a Podemos. Así los resultados serán perfectamente inteligibles y sabremos si en España hay una demanda mayoritaria de políticas concretas de izquierda, lo que no debe darse como seguro. Estaremos atentos a sus procesos internos y al uso que hacen de la importante representación parlamentaria que ostentan en esta legislatura. Pasó ya el tiempo de la abstención. Ahora hay que definirse.
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