Coincidí con un buen amigo en una esquina. Había cierta agitación en la calle. Estábamos hablando. Creo que de libros, porque con él hablo de otras cosas de vez en cuando, pero siempre de libros. Una chica subía con decisión por la acera, con poderío, elegancia y tacones. Mi amigo no pudo evitar el comentario en voz alta: "mira, una mujer guapa de verdad". Ella lo oyó. Sonrió, y siguió su camino. A toro pasado, yo respondí: "sí, muy guapa; y le ha gustado".
También pudo no gustarle. Pudo haber despreciado el comentario por machista, lindante con el acoso. Se habría equivocado en esa ocasión: de una mujer, como de cualquier persona, se pueden apreciar muchas virtudes como la inteligencia, la honradez, la profesionalidad, la sensibilidad, la generosidad, la fuerza; pero también la belleza. Pero, ¿qué derecho tienen dos hombres a pronunciarse en voz alta sobre la belleza de una mujer a la que no conocen? ¿Por qué lo dicen? ¿Es una manera de expresar que querrían acercarse e intimar, o es un simple comentario de agrado? ¿Cuándo es una cosa, y cuándo otra? ¿Es que es mejor mirar de reojo y esperar que pase el vendaval para hablar del viento? La chica sonrió, quizás porque mi amigo también es guapo y sabe mirar sin horadar, o porque el tono era natural, o simplemente porque sabía que esa tarde iba exultante. Pudo no haber sido así. Tantas veces una mujer puede sentirse agredida o simplemente incomodada cuando dos hombres la miran o dejan escapar un gesto de esos que suelen acompañar a un piropo grosero o insolente. ¿Qué necesidad tienen las mujeres de estar continuamente sujetas a escrutinio sobre su belleza?
¿Dónde está el límite? El límite es corredizo, porque depende de la sensibilidad de la mujer. En algunas ocasiones un comentario audaz, incisivo e incluso lascivo puede agradar. En otras ocasiones, el comentario más educado puede resultar enojoso. Sobre todo si la aludida ha conocido situaciones desagradables y está harta de verse invadida por machos en celo, o si se ha encontrado con que cuando quería ser apreciada por su talento alguien ha dado más importancia a sus caderas, por no decir a sus tetas. Hay algo de azar en la oportunidad de mirar a una mujer o de decirle, como San Juan de la Cruz decía del Amado, que pasó por estos sotos con presura y prendados los dejó con su hermosura. ¿Hay que reprimir las miradas? Cierto que hay que procurar mirar a la cara, y no al escote (aún recuerdo aquél paradójico anuncio de lencería que decía: "mírame a la cara cuando te hablo"), pero no creo que forme parte de la buena educación, ni siquiera de la nueva buena educación, la prohibición de expresar un sentimiento de admiración hacia la belleza de una mujer, que no necesariamente lleva consigo una proposición o un "nena, tú y yo tenemos que entendernos". En todo caso, muchos comentarios no pasan de ser simplemente inadecuados, no más inadecuados que cuando estás con sueño y alguien te está contando lo bien que se come en no sé qué restaurante y lo barato que es.
El debate no cesa sobre las formas de acoso, sobre todo en contextos laborales. Es un tema demasiado importante, es un asunto muy grave como para abaratarlo con normas rígidas y exageradas. El límite es difícil trazarlo con precisión y por eso los catecismos no sirven para esto. Pero hay algo claro: las exageraciones producen por lo general un efecto contrario al pretendido: impiden que alguien reflexione sobre si no es cierto que tiene alguna tendencia aún no resuelta a percibir a las mujeres como objetos de deseo y propiedad.
Hace tiempo ya, en la cola de una caja de un supermercado con el carro casi vacío; detrás una señora o señorita sin carro que, como algunas veces ocurre, lleva más productos de los que se piensa adquirir y hace malabarismos porque amenazan con caer al suelo. Amablemente le ofrezco mi carro para apoyarlos. Me miró de arriba a abajo con tal cara de asco que desde entonces me cuesta “ceder la acera”, “sujetar una puerta”… en contra de como he sido educado, que seguramente fue de manera machista
De charco en charco, Miguel…con la que está cayendo a raíz del manifiesto -ingenuo e inoportuno, en el mejor de los casos; cínico e insensible, en el peor- de un puñado de mujeres francesas famosas, bien situadas y, como se dice ahora, empoderadas. Pero esta vez no estoy de acuerdo contigo. Aunque repudie el exceso de puritanismo y de punitivismo, el piropo, cualquier piropo, me parece siempre reprochable, por invasivo y machista.
Date cuenta de que en la anécdota que da pie a tu comentario hay una pequeña trampa. Tal como la relatas, la expresión admirativa de tu amigo, aparte de perfectamente educada, iba dirigida a ti -“mira…”- y la muchacha que la suscitaba solo la oyó porque la pronunció en voz alta y casi por casualidad. Eso no es un piropo, tal como se entiende por lo corriente; un piropo siempre se dirige a la persona destinataria, aunque el DLE no recoja este importante matiz.
Sí hay en tu relato, en cambio, un factor, no inherente al significado estrictamente lingüístico de “piropo”,, pero igualmente importante: la frase admirativa se pronuncia respecto a una mujer desconocida con la que no se ha tenido otro contacto que el visual y fugaz de cruzarse con ella en la calle. Si yo le digo a mi amiga de toda la vida cuando acude a una cita de matrimonios “hoy vienes más guapa que nunca”, eso también es un piropo, pero no es eso de lo que se trata cuando se polemiza sobre el asunto.
Pues bien, si admitimos que, en lo que aquí interesa, un piropo es una expresión dirigida a una mujer desconocida para ponderar su belleza o su atractivo físico, tal conducta es siempre incorrecta, aun prescindiendo de componentes soeces o de invitación sexual, porque supone una comunicación indeseada e injustificada y, en cuanto tal, una intrusión en su esfera de intimidad, de reserva frente a los demás. Esto puede matizarse, dentro de ciertos límites, en el caso de personas públicas, pero no en el de ciudadanas anónimas.
El piropo es, además, siempre machista, por una doble razón. En primer lugar, porque como tú apuntas, implica el reduccionismo de valorar a la mujer en cuestión exclusivamente por sus cualidades corporales, lo que está bien tratándose de bebés o de mascotas -“¡qué niño tan mono!”-, pero es objetivamente ofensivo para personas adultas, que son mucho más que cachos de carne más o menos agraciados. En segundo lugar, y esto da su verdadero sentido al elemento anterior, porque es unidireccional en cuanto al género: los hombres, al menos los heterosexuales, no lanzan piropos por la calle a otros (y los gays que lo hacen de inmediato quedan incursos en la categoría de “locazas”) y las mujeres tampoco lo hacen, salvo casos muy minoritarios -a veces reivindicativos- y por lo general mal vistos.
Nada de lo dicho implica que piense que quien lanza un piropo, incluso soez, merezca una sanción penal, ni la de la antigua falta de vejaciones injustas -que hoy solo sobrevive en el ámbito de la pareja o la familia- ni, mucho menos, la del delito de trato degradante del artículo 173.1 del Código Penal -como no me extrañaría que llegáramos a ver pronto, mientras siga convergiendo, so pretexto de justos movimientos reivindicativos, la pulsión punitiva de la derecha con el puritanismo de la izquierda. Pero tú y yo sabemos que ni todo lo que está mal debe ser sancionado penalmente ni todo lo que no se encuentra en el Código Penal está bien.
Sobre el piropo a mujeres conocidas y sus no siempre claros límites de corrección no digo nada, porque implica muchos otros asuntos y porque seguramente ahí coincidimos mucho más.
Saludos cordiales.
¿Dónde hay que firmar, Solitarius?
Voilà una buena argumentación con intención de llegar a conclusiones.
Modestamente irrumpo no para firmar ni afirmar lo consecuente, sino para aplaudir a SOLITARIOS por esa exhibición de plasticidad expresiva con lengua amable de afilado bisturí de buen hermeneuta jurisdiccional, libre de toda anestesia.
Ha sido un placer leerte para llegar al éxtasis de comprenderte.
Sabéis bien que son excepcionales los textos limpios que logran esto; plasticidad sencilla y comunicación.
También hay que reconocerle a nuestro experto en charcos y autobuses su libertad y su excepcional humildad reconociendo a sus oponentes; rara virtud de encontrar en este inmenso charco ibérico.
Buen día a todos
Los hombres que conozco no piropean a otros hombres ni reciben piropos de otros hombres. En la calle, tampoco observé jamás esa conducta. Puede ser porque la mayoría de ellos, así como yo mismo, lo considerarían como un acto impropio, ridículo, vergonzante…, aunque es de suponer que su amigo, con la misma soltura que lanza un piropo a una mujer -y es de suponer también que sin ninguna intención de invadir su espacio personal- lanzará piropos a otros hombres con la misma naturalidad. Pregúntele si lo hace; es un dato de capital importancia que echo en falta en este artículo. Saludos cordiales.
Qué acertada reflexión.
Lo ha puesto en su sitio.
Voy regularmente a tomar café con churros a la mejor cafetería de mi ciudad, siempre llena a la hora del desayuno. Hay varios camareros y camareras que trabajan a velocidad de vértigo, para dar salida a múltiples pedidos y procurando que la gente vaya entrando y saliendo al acabar su consumo.
Llega ella, se inclina algo para limpiar la mesa de mármol y me dice : “buenas, qué va a ser” . La miro y le digo con naturalidad : “guapa”. Se ríe y le digo: café mitad y dos (churros grandotes).
Otro día llego, se acerca a la mesa, me reconoce, la limpia con una sonrisa y le digo : “ lo de siempre”. Al pagarle la consumición, le digo : “Aunque tu madre te ponga guardias y sentinelas / te vas a venir conmigo /quiera tu madre o no quiera “. Se parte de risa y me dice : “ahora traigo la vuelta”.
Otro día llego, me siento, se acerca, y mientras limpia sonriendo le digo: “ El dia que te quitaron / de la verita mia / sopas de caldo me daban / y no las quería “. Se parte de risa y me dice: “Lo de siempre, no ? “.
Calificar esos piropos dirigidos a una mujer que no conozco como conducta incorrecta y machista, una intromisión en su intimidad, una comunicación indeseada, así, por definición, me parece una exageración, una construcción marmórea. El piropo hay que contextualizarlo, como otros hechos o fenómenos sociales. Le tengo verdadero pánico a los derechos humanos del toro de lidia, a la visualización gay en Reyes Magos, al cumplimiento opcional de las leyes, y a otras construcciones teóricas que últimamente están apareciendo.
Naturalmente, no hablo de acosos, de ordinarieces, de insinuaciones sexuales, de groserías deleznables. Hablo de piropos. La camarera sabe, aunque no me conozca, que mis gafas, mi afeitado, mi porte correcto con ropa elegante de rebajas, delatan, por ahora, a una persona que simplemente quiere tratarla con simpatía mientras ella trabaja. Ni ella ni yo dejamos traslucir ningún sobreentendido, ni hay agradecimientos / desagradecimientos explícitos sobre los piropos.
Viva, pues, el piropo elegante. Me viene un sindicalista y me dice que, además de machista, estoy ofendiendo a una obrera, y puedo tener un verdadero conflicto sindical.