Biblioteca.

Toda la tarde, todo el día ordenando la biblioteca. Como cada cuatro o cinco años, se trataba de hacer escrutinio de libros que ya habían perdido el derecho de estar tan cómoda y privilegiadamente instalados en el estante, mientras otros más meritorios no encontraban ya hueco y se encajaban en posturas forzadas, en doble fila, atravesados o fuera de su orden alfabético o incluso fuera del tesauro elemental en que se divide la biblioteca: 1) derecho, 2) ensayo y varios, 3) lugares y  biografías, 4) teatro y poesía, y 5) narrativa. Había que revisar su valor y su vigencia, para llevar unas cuantas decenas no sé si al limbo o al purgatorio: en realidad, al trastero, en cajas que los guardan del polvo pero también de mi vista.
 
En la parte del Derecho no ha sido complicado: monografías que quisieron ser novedosas y por tanto se quedaron pronto antiguas, temas aburridos e insistentes, obras secundarias de materias que me interesaron un día pero ya no. Qué buen expurgo: he ganado un estante entero, y me he sentido mucho más ligero.
 
En  lugares y biografías había pocos cambios posibles: los lugares cambian menos que el derecho, y las biografías por lo general no pasan de moda. Sólo algún folleto de poca calidad ha caído de la biblioteca a un gran cajón de cosas desordenadas.
 
En los estantes de ensayo y varios (religión, pensamiento, historia, política...) no tenía criterio claro: es claro que algunas obras, aunque jamás vuelva a leerlas, aunque ya no se aproximen demasiado a mi manera de pensar (es decir, aunque yo me haya alejado de ellas), han de estar en mi biblioteca: dicen que la biblioteca personal refleja en cierto modo un pensamiento, pero no debe ser como una instantánea, sino como una excavación arqueológica. Porque también hay una arqueología del pensamiento de cada uno, y justamente para eso sirve guardar los libros que algún día subrayamos al leerlos. Más prescindibles son aquellas obras que algún fueron obligatorias, o los libros regalados por instituciones, o los que sin grandeza se refieren a aficiones o tareas que ya quedaron atrás. Al purgatorio.
 
¿Teatro y poesía? La colección intacta; sólo ha cambiado de sitio, ganando espacio para narrativa, que era la parte más desbordada.
 
Narrativa: tanto leído, tanto por leer. Aquí más que expulsar, he añadido. He colocado, he intercalado, he mirado y remirado. Obras y autores tan dispares, que caen contiguos por el azar del orden alfabético. Sé  que a mi amigo José Manuel García Marín le encantará estar al lado de García Márquez, y a Vila-Matas ser vecino de Julio Verne; que Poe y Pessoa acaban entendiéndose, igual que Flaubert y Fitgerald, Camus y Calvino, Benet y Benedetti, Coetzee y Cortázar, Mendoza y Millás, incluso (aunque tengo más dudas, pero yo sabré explicarles), José Luis Serrano con Sebald. En cuanto a Cervantes, no creo que pida traslado para alejarse de Chesterton ni de Clarín. Otras parejas me inquietan algo más, pero creo que pueden llegar a ser muy interesantes: así, imagino que Goethe ha mirado a Tomás González preguntándose quién será el de la "Luz difícil", sin saber todavía cuánto va a gustarle esa amable tragedia, y temo que Valle Inclán no se crea demasiado los cumplidos de Vargas Llosa, ni viceversa. Tampoco me pegan Sánchez Ferlosio con Sánchez Dragó, ni esas dos reinas antagónicas, Virginia Woolf y Marguerite Yourcenar. Pero,  ¿qué me dicen de mí? No me lo tomen a mal, pero eso de caer junto a Pérez-Reverte, pues francamente, que no. He estado por mandarlo al purgatorio, para encontrarme con mi buen amigo José María Pérez Zúñiga, pero he tenido escrúpulos, y lo he dejado así. Nadie me impide mirar al otro lado, y encontrarme con José Vicente Pascual...
 

3 Respuestas

  1. Anónimo

    Tiene fácil solución, que se interponga Benito Pérez Galdós. Ése sí que es un buen vecino.

  2. Je, je, buena idea. De Galdós tengo en la sección "ensayo y varios". Las dos novelas suyas que leí en la juventud siguen en la biblioteca de mi padre, Estoy por sustraer "Tormento"…

  3. Rafa Granada

    Buenas maneras y concepto de archivero

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