Borrar, esconder, olvidar

El Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha establecido que los robots de búsqueda pueden quedar, a requerimiento de un ciudadano, y en ciertas condiciones, obligados a bloquear el enlace a determinados datos o contenidos asociados a su  nombre y apellidos, incluso aunque se trate de datos ciertos o contenidos perfectamente lícitos. Lo que se persigue, en definitiva, es que cada ciudadano tenga cierta capacidad de control sobre el retrato robot que resulta de una búsqueda a partir de su nombre ("googleo"), pudiendo solicitar la eliminación de datos o resultados que se convierten en perjudiciales precisamente por la atemporalidad de esos resultados, es decir, por presentar como vigentes determinados sucesos, referencias, alusiones o circunstancias en las que alguien no se reconoce ya, o no quiere seguir reconociéndose.

 

Al parecer son ya 70.000 las personas que han solicitado esa suerte de "lifting" de su huella informática. No sé si son muchos o son pocos. Pero me preocupa que Google esté cumplimentando de manera tan diligente, al menos tan aparentemente, esa gravosa obligación de atender un volumen previsiblemente tan cuantioso de requerimientos. Seguramente va a hacer de la necesidad virtud...

 

¿No sería mejor que siguiéramos partiendo de la premisa de que los resultados de Google son excesivamente aleatorios, fragmentarios, anecdóticos  y poco representativos?. Si ahora 70.000, o 700.000 personas empiezan a cuidar su imagen de internet y seleccionan lo que quieren que se sepa y lo que no, entonces se rompe aquella premisa, y resultará que Google ganará un sello de autenticidad que destruirá la imagen de quienes optemos por no preocuparnos de lo que Google dice de nosotros. Pero qué pereza ponerse ahora a requerir a Google para que quite o ponga... Al fin y al cabo, la imagen que damos a los demás en la realidad misma es más parecida al resultado de un googleo que a lo que creemos ser, porque, salvo los más cercanos, cada uno de los demás conoce de nosotros algunos rasgos dispersos que forman un conjunto necesariamente desfigurado.
 
La sentencia del Tribunal de Justicia es sensata. El "derecho al olvido", además de un nombre bonito, tiene un fundamento que se entiende sin dificultades. Pero la moneda tiene otra cara menos amable. Abunda en una lógica que produce cansancio nada más pensarlo: la lógica de preocuparse incesantemente de la imagen que damos, o que se tiene de nosotros. La de la antigua preocupación por el qué dirán y qué pensarán. La de tener la sensación de que cualquier descuido de la goma de borrar pueda dar al traste con una oportunidad laboral. La de una intimidad caprichosa, que al mismo tiempo que se exhibe a gritos en redes sociales en busca de notoriedad, se blinda con remilgos anecdóticos. ¿No era mejor, no es más sano el "si dicen, que digan"? Si ahora todos van a pensar que yo estoy conforme con lo que Google dicen de mí, ¿deberé dedicar este mes de agosto a seleccionar resultados?

 

Quién sabe, quizás el derecho al olvido perjudique la memoria. Literalmente. Pronto las gafas de Google serán una antigualla, e implantes informáticos o dispositivos inyectables integrarán los contenidos de nuestro pensamiento en el sistema total de Google. Quien sabe si entonces a golpe de olvidos informáticos, la memoria irá perdiéndose para siempre. Quién sabe entonces a qué podríamos llamar "identidad".

5 Respuestas

  1. Para mi la clave es que había una red cuasi libre donde todo de todo existía y que a Dios gracias ningún estado ni político de turno se había preocupado por la libertad. La ICAN se financia del pago de los dominios, y hasta ahora es la que de alguna forma controla la red -aconsejo buscar gobernanza internet para entender que es la red-.
    Pero de pronto los estados y políticos ven un peligro, una amenaza, los tribunales europeos se preocupan, y sí empezamos a decir que es internet y que no te aseguro que desaparecerá, los chinos tendrán su red, los rusos la suya, el tercer mundo nada, y nosotros depende… Libertad al olvido?

  2. ¡Hola, Ramón! Me alegro de encontrarte aquí.

  3. Anónimo

    Buena reflexión y original punto de vista.

  4. José Antonio Salvador

    Estoy bastante de acuerdo en su opinión sobre ese asunto, aunque creo que parte de un punto de vista "positivo" o presume la "neutralidad" de la información que sobre las personas hay en la Red. La imagen que de cada uno ofrece un motor de búsqueda es el resultado de lo que nosotros exponemos pero también de lo que otros publican sobre nosotros. Y lo que se publica sobre nosotros puede ser falso o tendencioso, aun a pesar de estar rubricado por una fuente "de reconocido prestigio", resultando en una imagen de algo que no somos. De modo que esos datos "excesivamente aleatorios, fragmentarios, anecdóticos y poco representativos" pueden desvirtuar lo que verdaderamente somos y dañarnos en lo más íntimo: nuestro honor. Sin tener relación directa con la Red, me viene a la memoria el relato de un familiar de cómo pudo destruir con sus manos sus antecedentes penales franquistas.
    El derecho al olvido puede resultar en un elemento de supervivencia social relevante e ir mucho más allá de una vana preocupación por el "qué dirán" y permitir que no haya memoria de lo que nunca fue.
    En otro orden de cosas me gustaría, Sr. Pasquau, conocer su opinión sobre un caso que me atañe personalmente y que últimamente me inquieta. Creo que es un asunto interesante por su relación con internet, la función pública y los límites del tratamiento de la información que custodia.
    Si le parece bien, por favor, escríbame a la dirección jasarosa@yahoo.es.

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