En política, casi nunca los consensos son unánimes. No hay propuesta, regla o principio que no provoque un disenso. En 1978 hubo un consenso empaquetado alrededor de la constitución, con su monarquía, sus autonomías, su unidad indisoluble y su sufragio universal libre, igual, directo y secreto dentro, pero no todo el mundo se entusiasmó ni con la monarquía, ni con las autonomías, ni con la unidad indisoluble, ni con la democracia misma: lo cierto es que la inmensa mayoría de las fuerzas políticas, refrendadas por la gran mayoría del pueblo español, se pusieron de acuerdo en partir de ese suelo, sin que la existencia de detractores de cada uno de esos puntos fuese una objeción relevante.
Pero ¿qué hacer cuando alguno de los consensos empieza a ser seriamente controvertido por una o varias fuerzas no insignificantes, y por una parte no marginal de la sociedad? Para centrar la reflexión y no enredarla con lo de siempre, voy a referirme no al disenso catalán o nacionalista, sino a los disensos que están elevando a Vox. Por ejemplo, el disenso sobre el Estado de las autonomías; el disenso sobre una política no constitucionalizada, pero sí consensuada en un pacto estatal, sobre la especial protección (más allá de la que suministran los tipos penales comunes) de las mujeres víctimas de violencia machista; el disenso sobre determinados compromisos políticos, con cesión de soberanía, en el ámbito europeo (UE y Convenio Europeo de Derechos Humanos); o el disenso sobre el principio de progresividad fiscal.
1. Reconocer el derecho al disenso.
Lo primero que habría que hacer es reconocer el derecho al disenso. Un ciudadano, y por tanto un partido político, tiene derecho a sostener que el Estado de las autonomías es ineficiente y que es mejor la renacionalización de determinadas políticas (o de todas las políticas); que es mejor recuperar soberanía transferida a Europa, o denunciar el Convenio de Derechos Humanos para escapar de la jurisdicción del Tribunal Europeo de Derechos Humanos; o que la defensa de las mujeres víctimas no necesita una mayor protección que la del delito común de violencia doméstica, con o sin incremento generalizado de penas. Dar carta de naturaleza al disenso sobre esas materias (como respecto de otras, como la monarquía, la unidad indisoluble de España o la oficialidad de las lenguas) no es un síntoma de debilidad. Ir contra el consenso no es, en sí mismo, un atentado contra la democracia, sino un ejercicio de la misma. No me refiero sólo a la vaga tolerancia del "cada cual puede pensar lo que quiera", sino al derecho a defender de manera militante ideas antagónicas. Un pacto constitucional ha de "soportar" el anticonstitucionalismo, y un consenso político ha de permitir la disidencia.
2. Lograr la definición exacta del disenso. Lo segundo que debe hacerse cuando determinados disensos están en ciclo expansivo, si de verdad se cree en el valor de los principios consensuados, es identificar bien qué se tiene enfrente. Es fundamental lograr una precisa definición de qué se sostiene por quienes disienten.
Con Vox esto es fundamental, y tengo la impresión de que no se está consiguiendo: Vox está sabiendo organizar un disenso "inespecífico", difícil por ello de combatir. Si se habla de inmigración, Vox esgrime el señuelo de una sociedad homogénea y un cierre de fronteras, pero no se le pide explicar cómo cree que las fronteras deben cerrarse más (puesto que las fronteras no están abiertas, a quienes no sean ciudadanos europeos), o cómo se organizaría la expulsión (¿se monta en aviones con destino a todos los países de África para llevar allí, detenidos y a la fuerza, a cualquier persona no documentada, según el país de origen, si logra determinarse?; ¿también a los menores?; ¿se mantendrían los centros de internamiento mientras se organizan las flotas de aviones?; ¿se abriría expediente para determinar si el inmigrante tiene derecho de asilo conforme a la normativa internacional?). Si se habla de "primero los españoles, y luego ellos", no se les acaba de preguntar si eso también ocurre con los inmigrantes "legales" o si es sólo para los indocumentados, y, respecto de éstos, si la solución es que, entre tanto se les aloja en los barcos y aviones, se les deja (¿también a los menores?) en la calle sin techo, sin escuela, sin médico para la gripe o para los que se fracturan un brazo, etc. Si se habla de eliminación de la normativa específica de violencia de género, no se hace el esfuerzo de definir si proponen la eliminación de la medida cautelar de alejamiento mientras no haya sentencia firme, o si se propone la supresión de todas las medidas administrativas de subvención/protección de la supuesta víctima mientras no se dicte la sentencia. Si se trata de la protesta por la "sumisión" al dictado de los tribunales "extranjeros", no se les pregunta si, en consecuencia, se está proponiendo salir de la UE o de la Convención Europea de Derechos Humanos, o simplemente se está diciendo que propondrán en esos ámbitos reformas sobre el valor de los tribunales propios de tales instituciones, pero se respetará la jurisdicción de esos tribunales si no se logra cambiar a Europa entera.
De ese modo, Vox tiene la ventaja de poder jugar a dos bandas: recaba el apoyo de lo que realmente puede denominarse ultraderecha sociológica (dispuesta a lo más extremo en el aspecto de que se trate), y recaba también el apoyo de posiciones más moderadas que no estarían dispuestas a tanto y piensan que "a la hora de la verdad" se trataría únicamente de una corrección de los excesos de las políticas actuales (lo cual, entonces, decepcionaría a los ultras). Mientras que la política "consensuada" y vigente tiene cara, aristas, logros, gastos, fallos y perdedores, la política "alternativa" no tiene dibujo, sólo lemas, imágenes, sugerencias de variada interpretación e impulsos, pero no forma, sin posibilidad cabal de ser analizada en sus ventajas e inconvenientes.
3. Entrar en combate intelectual.
La tercera cosa que ha de hacerse es entrar en combate. No hace falta decir que me refiero a un combate político e intelectual. Eso es cosa distinta a un "cordón sanitario", hecho de simplificaciones: permítanme que diga que no todo recentralizador es franquista, que no todo objetor a las políticas de género es un machista, y que no todo votante de Vox es fascista, xenófobo o nacional-católico. De todo habrá, pero también hay gente descontenta, crítica, o simplemente desprevenida. Lo que hace falta no son insultos tranquilizadores, sino algo mucho más exigente: un rearme ideológico. Es decir, es preciso recordar, renovar y en su caso revisar las razones por las cuales en un momento histórico determinado se llegó a los consensos que se discuten. Para defender el Estado de las autonomías, mucho más útil que simplemente llamar franquista a quien defiende un poder único nacional, es argumentar que una mera descentralización administrativa sin autonomía política comporta, por ejemplo, el enorme problema de la excesiva concentración del poder (imaginen todo el poder nacional en manos del partido que menos les guste, sin contrapesos territoriales), o que la autonomía produce una competencia reivindicativa y una intensificación de esfuerzos políticos que a largo plazo resulta eficiente (como con cifras bien puede acreditarse en España), y también que las identidades y sentimientos nacionales (o subnacionales, no se enreden) tienen derecho a una expresión política diferenciada sobre la premisa de la democracia. Lleven esta idea a cualquier otro asunto: a la política de integración de los residentes (incluso irregulares) en España respecto de los que no se pueda o no se haya podido repatriar; al fundamento ético del reconocimiento del derecho al asilo (con la correspondiente carga administrativa y judicial de analizar si, cuando es invocado, se dan los presupuestos); a las buenas razones de la dispensa de servicios públicos a quienes residan y trabajen aquí; a las razones de eficacia que motivaron la protección "especial" frente a una "especial" forma de delincuencia, que es la violencia machista, etc.
No se trata en este artículo de desplegar una lista de argumentarios. Lo que pretendo decir es que cuando los consensos se convierten en dogmas, se deterioran. Si el valor de una norma constitucional o de una política estatal estriba simple o fundamentalmente en que "está en la Constitución" o en que "así lo decidimos en un pacto estatal", estamos incurriendo en dogmatismo. La "ortodoxia política" no resiste bien frente la herejía si no recupera las razones por las que fue "canonizada". Esas razones son, por lo general, buenas razones, cargadas de memoria histórica (generalmente son diques frente a errores del pasado). Pero la sociedad, cíclicamente, es olvidadiza y no siempre se pone moralmente de puntillas, y por eso esas razones han de saberse expuestas a la crítica, al replanteamiento, y no pueden reducirse a su "blindaje" anatemizador. Nunca el inmovilismo es una buena respuesta conservadora. Si se quieren conservar determinados consensos éticos, políticos y legales, mucho mejor es recordar las buenas razones, revisarlas, y gastarlas en el combate, que taparse los oídos y bunkerizarse en una declinante ortodoxia.
¿Es necesario aclarar que este artículo sólo tiene sentido para quienes quieran conservar (y mejorar) los consensos alcanzados, y no para quienes no les tengan aprecio?
Estoy de acuerdo con tus reflexiones generales, Miguel, que delimitan el contexto lógico en el que deberían desarrollarse las iniciativas y los diálogos de progreso. Vox irá acomodándose a los ingresos y subvenciones multidiputados.
Insisto en que el problema actual, en mi opinión, es que el poder político, es decir, el legislativo y subsiguientemente el ejecutivo investido, esté en manos de gente de escasa categoría política, y a veces personal e intelectualmente banales, cuando no de corruptos de manual. Si un medio periodístico de supuesta relevancia y solvencia intelectual como EL Pais tacha a Pedro Sánchez de “ insensato sin escrúpulos” , cojo la cartera y la guardo en una caja de seguridad, porque el problema de España es que a continuación se produce una discusión estúpida e improductiva acerca de si El Pais es de izquierdas, de derechas, de centro, liberal, constitucional forzado o multivalente. Esa es la cuestión, y la cara dura con la que dialécticamente se afrontan supuestos problemas: diálogo versus judicialización, derecha versus izquierda, línea roja versus línea blanca, etc etc etc.
España es un país que ha hecho un esfuerzo maravilloso en 40 años de democracia, creando riqueza y estabilidad democrática. Tan maravilloso, que coges un AVE en Madrid y en dos horas y media estás comiéndote un espeto de sardinas en Málaga. O que coges un AVE en Málaga a las nueve de la mañana y en una hora estás en Córdoba diciéndole a una mujer en el oído lo que poéticamente hay que decirle a una mujer cabal ( Ibn Hazm , “ El collar de la paloma” , Alianza Editorial ), mientras se oye caer suavemente el agua en la pequeña fuente de la Calle del Pañuelo, muy cerca de la Mezquita. Tan maravilloso, que un menda nacido en Bilbao dice que no es español y que no se lo dijo a la Guardia Civil de Franco porque le mandaban escribir quinientas veces la palabra “tonto” en un folio en blanco. Maravilloso país.
Sospecho que el famoso general prusiano Carl von Clausewitz, autor del libro de más de 800 páginas titulado «De la Guerra» levitaría en el reino de la ortodoxia celeste de «las buenas razones» si tuviera que aclararle a sus guerreras tropas que el combate sólo tiene sentido para quienes quieran conservar (y mejorar) los consensos alcanzados y no para los que no les tengan aprecio.
Pero más me asombraría la respuesta del prevaricador Serrano, el caballista Abascal y el pirómano Ortega Smith, aladines del contraconsenso, ante la afrenta intelectual de tener que definir sus aprecios o desaprecios. Sería tan espeluznante como preguntarle a Millán Astray con qué ojo veía a Franco.
El problema de base es que para quienes no participaron del consenso, no consensuaron nada por lo que la pregunta es epistémicamente tramposa por cuanto el artículo carece de sentido para ambos dado que no concreta aspectos relevantes del mismo. Por ejemplo:
¿Qué es un «disenso inespecífico»?
¿Qué es en democracia una «ortodoxia política» versus «heterodoxia política», herejías incluidas?
¿Quién canoniza la «ortodoxia política»?
¿Qué es un «blindaje anatemizador»?
¿Qué es un «consenso ético»?
Entender que Vox plantea disensos no es más que una muestra de levitación espiritual que blanquea la irracionalidad con la hipocresía de las «buenas razones» bajo el mantra del buen pastor que quiere convencer a sus ovejas descarriadas dialogando con el lobo disfrazado de oveja disidente.
¿Qué diferencia hay entre el disenso y la discrepancia?
¿Por qué el Poder Judicial no combate la discrepancia del pueblo con sus distópicas actuaciones mediante «buenas razones»?
¡¡¡ Mulgere Hircum !!!
PD. Amigo Anónimo; pese a leerte en diferido, por fuerza mayor, si reclamo un cierto «cordón sanitario» toda vez que discrepo de tu rosario de cuentas, silogismos y conclusiones orgásmicas con final en la mano de Salvador Dalí. No dudo de tu inteligencia que tanto mérito personal te ha acaudalado, por lo que creo que entenderás, sin mayores esfuerzos, que tu poética requiere de una maduración más cuidada, menos psicotrópica, y más respetuosa con el medio ambiente. Recuerda que el término «mediocridad» designa lo que está en la media, de la misma forma que «superioridad» e «inferioridad» designan lo que está por encima y por debajo. ¡No te confundas! Un saludo.
Salud, Aramis. El festival está tan complejo que uno ya teme hasta caer en el tópico cuando se esfuerza en emitir opiniones razonadas. Tiene guasa esto.
No a la discriminación:
“Cuando se trata de ella, me agrada la plática,
y exhala para mi un exquisito olor de ámbar.
Si habla ella, no atiendo a los que están a mi lado
y escucho sólo sus palabras placientes y graciosas.
Aunque estuviese con el Principe de los Creyentes,
no me desviaría de mi amada en atención a él.
Si me veo forzado a irme de su lado,
no paro de mirar atrás y camino como una bestia herida:
pero, aunque mi cuerpo se distancie, mis ojos quedan fijos en ella,
como los del náufrago que, desde las olas, contemplan la orilla.
Si pienso que estoy lejos de ella, siento que me ahogo
como el que bosteza entre la polvareda y la solana.
Si tú me dices que es posible subir al cielo,
digo que sí y que sé dónde está la escalera.”
( Ibn Hazm de Córdoba “El collar de la Paloma” )