Se avecina la campaña. Todo estará ultimado en las agendas de los jefes de negociado de marketing de los partidos. Dónde ir, dónde no ir; qué día soltar la idea o -más probablemente- el lema más impactante; de qué hablar, de qué no hablar; qué decir de los otros, y a quiénes no mencionar; qué efectos especiales para el día del debate en televisión; dónde el mitin más costeado. La liturgia, las banderas, las camisetas de quienes aparecerán como público detrás del líder.
Pero todos saben que la principal campaña electoral son las encuestas. Las encuestas reflejan intención de voto, supongo, pero sobre todo producen reacciones que hacen a muchos votantes descubrir qué quieren que pase la noche electoral: este partido sube, y me alegro: quizás debería votarlo; este otro, que me gustaba, baja: puede que sea un voto perdido; aquellos que no me gustan suben, debo votar al fuerte de éstos; no hay alianzas numéricamente posibles que no sean la del PSOE y el PP, pues para qué voy a votar. Las encuestas son un arma de movilización masiva, y por eso es probable que, sin incurrir en la burda mentira (las empresas demoscópicas también se juegan su prestigio), sí estén asediadas por intereses (los partidos se juegan el poder). Cuando empiece la campaña y desaparezcan las encuestas (por favor, no deroguen la norma que las prohíbe la última semana), quedará sobre todo la incógnita de cuántos se quedarán en casa, aunque esos últimos días siempre es posible una sorpresa escondida de +- 2 puntos que, traducidos a escaños, pueden ser cifras llamativas.
Los programas electorales ya los confeccionaron los becarios y supervisaron los técnicos. Salvo alguna cosa novedosa, de ellos apenas importa sólo aquello en lo que se equivocan, como munición para los competidores. La trágica desconfianza en lo que en ellos se escribe los condenan a la irrelevancia. Las grandes palabras (corrupción, empleo, sostenibilidad, igualdad, libertad, pensiones, buenas prácticas de gobierno, neutralidad de las instituciones) ya no sirven, porque para eso están las palabras "España", "Cataluña" o "Franco". Sobre todo, ningún programa considerará la contracción económica que viene, como no sea para culpar a Zapatero. Los programas serán inmunes a la previsible mengua de la recaudación de las arcas públicas. Nos dirán en qué quieren gastar el dinero, pero no lo que realmente podría interesarnos, es decir, qué sería aquello en lo que se comprometen a no recortar sin dimitir. O mejor dicho, qué recortarían si fuese necesario para salvar lo importante, lo que quiere blindarse. Por supuesto, sí hablarán de quitar chiringuitos, pero yo me estoy refiriendo a cosas serias, grandes cifras y grandes partidas que nadie prometería reducir en época de bonanza, porque son políticas útiles de Estado. Los recortes vendrán, porque eso no depende de promesas, sino de números, pero en su día, ya desde el Gobierno, se presentarán como una necesidad imprevista. Lo sé, nadie va presentar como oferta electoral unos recortes en aspectos apreciados por la ciudadanía, pero ¿no estaría bien preguntarles por una estrategia de salvamento para el caso de necesidad?
Tampoco se hablará, más que para aparentar que sí se hace, de objetivos europeos, de política internacional, de la extrema necesidad de las personas dependientes, de cómo descontaminar de la política pequeña a las instituciones, de cómo poner al Estado al servicio de la gran política, de cómo volver a prestigiar la idea misma de democracia, de qué reformas en la estructura constitucional para que la realidad no se le escape por corredizos subterráneos o por el tráfico aéreo de la globalización indiscriminada.
En fin, cada cual se hará fuerte en su espacio. Vox llamará a la épica, porque está en su momento épico; el PP, a la sensatez, porque está en su momento sensato; Ciudadanos dirá que siempre le gana a las encuestas y repetirá muchas veces tres o cuatro cosas bien empaquetadas; el PSOE hablará de gobierno, de "retos" y de diques al retroceso; Podemos, de garantía de izquierdas; Más País, de medio ambiente, de feminismo y juventud y de un desbloqueo que parece bloqueado. PNV, de lo suyo, y ERC, de izquierda con referéndum o nada.
Los resultados, ya se los digo yo, que tengo trackings internos: Vox va a subir pero no tanto, Cs va a bajar, pero no tantísimo; Podemos mantiene un suelo, rebajado; el PP subirá y mucho; Más País rozará el grupo parlamentario (por el sí o por el no); y el PSOE estará pendiente en la última hora de recuento de si pierde dos, tres, o cuatro escaños de los que obtuvo en abril. Todo un éxito que intentarán jalear en Ferraz con cara de susto, mientras el líder hace una llamada a todos a la responsabilidad, es decir, a investirle para que no haya terceras elecciones. No las habrá, no se preocupen unos, ni se hagan ilusiones otros.
Al final, habrá poca abstención militante, pero una mayor abstención por imprevistos que aprovechen la falta de entusiasmo. Eso serán tres puntos de diferencia.
AMÉN, pero…
El sainete del oráculo muestra poca trama sobre el advenimiento electoral para convocatoria tan señalada con grillos en las jaulas y pájaros en Bruselas.
Nunca el Imperio neodemocrático español tuvo tanto atrezzo interior y exterior para la función de despedida del segundo decenio del siglo XXI.
La astracanada resulta muy abstracta con la evocación forgesniana de la tapa del wáter para pronósticos tan señalados; pues cabe pensar que después de presionar la cisterna la subida del PP –con el cuantificador de «mucho»–, sólo es entendible viendo al séquito camino de la azotea de su sede hipotecada de Madrid para tender sus paños de lágrimas al sol (de lunes), y rogar al cielo –acompañados del coro de los benedictinos del Valle–, la pronta reproducción sexual de sus votantes o, en su defecto, pedir un vuelo rasante del Sr. Arcángel encargado de esos menesteres biopolíticos foucaultianos…
El resto parece, más bien, una suerte de predicciones meteorológicas dignas de la barbería del difunto Mariano Medina, que en paz descanse él y su barbero de Sevilla.
Pero, de la ópera el pronóstico se desplaza a los clásicos evocando lo mejor de Freud en aquello de «la estructura constitucional». Pues ciertamente, más que pronóstico, se antoja una petición navideña al Rey Mago «Borbón el VI» para que encargue por Amazón un mejor «guante» a fin de que «la realidad no se le escape (a la estructura constitucional) por corredizos subterráneos…» (esto de los túneles subterráneos me suena a un anterior post mío sobre los sótanos de gruyere… publicado en este balcón)
Crónica de épica soft, sensata sous la pluie, y empaquetada brillantemente, con perlas, para servicio de Amazón y con garantía no de izquierda.
¡Dios proveerá, y el mundo verá!
¡¡¡ Mon Dieu!!! No se por qué he escrito esta crítica literaria, pero seguro que ha sido con buena intención y buen humor…
¡Mulgere hircum!
¿ Qué hemos hecho para merecer esto? Esto te pasa por robar vacunas contra la gripe y por afiliarte a la postverdad. Si coges el big data de las excrecencias semánticas, descubres que la unanimidad es una conquista del poder preestablecido, de manera que si no tienes mayoría convincente, da mihi factum et dabo tibi ius el día de San Fermín, bajo palio y con digilosofía. La ruina política banalizante empezó con un tipo que sólo podía ser Presidente si nombrabas sus dos apellidos (Rodriguez Zapatero), porque si relatabas uno solo (Rodriguez), no se llenaba la escalera del poder. La ruina vendrá justamente con Sánchez, un solo apellido, Pedro Sánchez se llama el individuo, tiene fermento la cosa: el sanchismo, el ganador constantemente insuficiente que gana pero no gana lo que se entiende por ganar.
Lo ofensivo y anabolizante de esta época es toparse con una clase política de una ínfima categoría, que no invita a la disertación intelectual. Tu mirabas a Fraga y era obvio tu agrado por el principio de Arquímedes. Mirabas a Carrillo y fundabas con gusto Cooperativas agrarias intrascendentes controladas por los señoritos. Mirabas a Felipe y añorabas el arroz con leche espeso. Mirabas a Guerra y admirabas rápidamente la infraestructura rígida de la corrupción. Mirabas a Aznar y añorabas tu botella mecido en el columpio. Y así todo. Pero esta troupe, esta manada de argumentaristas circunloquiales a velocidad de vértigo, estos peones del arbitrismo izquierda / derecha / bisagridad / coleterismo a 5.000 euros mes, acaban con la formación intelectual más depurada, invitan al exilio interior, a la inversión en aguacates sintéticos. Votad con la nariz y los ojos tapados, queridos federados mios/as.
¿ Por qué he escrito yo esto? Ah , si, desgrasiaito de aquél / que llevó su caballo al agua / y se lo trajo sin beber.