No me gusta el utilitarismo de los penaltis. Sólo se justifican por razones de organización. Lo suyo sería el desempate, para que ganar fuese la consecuencia de goles verdaderos, y no de un azar virtual que podría generarse en un programa aleatorio de ordenador. O quizás una tanda de córners. O de diversas faltas desde distintos puntos, con defensas y barrera. O un partido de 45 minutos al día siguiente. O más prórrogas, hasta que por agotamiento un equipo marque el gol de oro.
La vida en un penalti. Ganar o perder. Una moneda sin empates posibles. Fábregas coloca el balón y toda España, delante del televisor, quería ver ya la red moviéndose para salir al balcón y gritar gol. Pero con mala conciencia: cuánto habríamos preferido que en esa prórroga virtuosa se culminara una de esas jugadas de marca hispánica.
Al menos, la victoria. Así el domingo habrá una nueva oportunidad de ver goles verdaderos. Esa es la suerte del que pasa.
¿Saben cómo se dice "penalti" en portugués: "grande penalidade".
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