Hoy estamos tristes. En casa somos del Deportivo, aunque no seamos de La Coruña. Yo lo fui siempre, desde que de pequeño jugaba con mis hermanos las tardes de los domingos a inventarnos resultados. Era ua rareza. Incluso lo fui cuando bajó a Tercera y jugaba con equipos extraños que aún recuerdo, como el Caudal, la Leonesa o el Langreo: no podía enterarme del resultado hasta que volvía del instituto el martes y buscaba con avidez las páginas deportivas del periódico (los lunes no había periódico). También lo fui cuando Djukic falló aquél penalti que era una liga, y cuando ganó en Riazor al Español llevándose su única Liga; cuando le dio el "centenariazo" al Madrid y cuando llegó a semifinales de Champions. He vivido tantos descensos como ascensos, con una afición moderada, más de resultados que de un seguimiento acérrimo.
Mi hijo está hecho polvo. Hoy se preparó para el partido, después de los nervios y las cábalas de toda la semana. A las siete nos fuimos a jugar al tenis, porque la espera era insufrible y era mejor desahogar a raquetazos. A las 8.30 se enfundó su camiseta de Valerón, cogió su bufanda, su bandera. Empezó el partido, algún "huy", y el gol de la Real: al poste y dentro. Al descanso, aunque perdíamos y ganaba el Celta, aún había esperanza. Pero se fue desvaneciendo con postes en la postería contraria y sin goles del Español al Celta que pusieran el objetivo a un segundo de distancia, lo que se tarda en marcar un gol propio en el último arreón del tiempo de descuento. Es el segundo descenso que ha vivido, y tiene la impresión de que éste es más grave que el de hace dos años, más definitivo, más largo. Final triste de ciclo: se va Valerón, se irán los tres o cuatro buenos jugadores que conserva. Sus amigos le mandan mensajes: algunos de ánimo, otros de chanza, pero todos con cariño, porque en el fútbol, que es un juego de otros (¡pero también unos colores!, dice él...) la gracia está en que se acuerdan de ti cuando tu equipo gana o pierde algo importante.
Oye noticias inquietantes de embargos y de concursos, de amenaza de desaparición, que pensan un poco más que las palabras del entrenador, convencido de que se iniciará un nuevo ciclo ilusionante con canteranos y con la misma afición potente de siempre. Se lamenta de que todo pudo haber cambiado si en vez de poste hubiera sido gol, ahora podría estar celebrando, viéndose con otro año por delante con partidos con el Barcelona, el Madrid o el Bilbao. Tendrá que conformarse con el Mirandés o el Sporting en esa dura competición subterránea que es la Segunda División, que tiene tanta dificultad como la Primera pero ningún glamour. Tiene trece años y creo que ha comprendido que éste es uno de esos días importantes para un aficionado, uno de esos que se recuerda mucho tiempo después. Se ilusionará algún día, dentro de algunos años, cuando vengan cuatro jóvenes canteranos abriendo un nuevo ciclo. Tarde o temprano, todo llegará. Los fracasos son importantes para una educación sentimental. El fútbol está extraordinariamente sobredimensionado en los afectos, y las derrotas sirven para despegarse un poco. Eso será bueno. Y será bueno darse cuenta de que la vida está llena de experiencias amargas que pronto, muy pronto, se olvidan y se ponen en su sitio. Igual que hace poco pusimos en su sitio la alegría de un gol que nos dió el ascenso.
Valerón ha llorado por una triste despedida. Pudo haber sido distinto. Pudieron haber ganando a un equipo muy superior y haberse marchado manteado por sus compañeros. Es la diferencia entre un poste y un gol. Hoy estamos tristes, y una bandera del Deportivo está izada en la puerta de la casa. Lo recordará toda su vida, y estoy seguro de que no será un recuerdo amargo.
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