Diciembre

Cada mes del año tiene su cartografía con ríos, veredas, vertientes, mesetas y cumbres que marcan itinerarios en los que solemos encontrarnos. Diciembre es de los fuertes: después de un noviembre modesto, penúltimo en casi todo, de relieves tenues y apesadumbrado, llega diciembre plagado de advientos y con una orografía accidentada, un mes autoritario que no deja mucho espacio para la improvisación, que marca los caminos transitables con trazo grueso. Un mes fuerte, de los de treinta y un días. Adornado en su inicio con un acueducto laico-religioso, luego empeñado en agotar las últimas salvas del año, los últimos décimos de lotería, las comidas de amigos y cierto ambiente comercial en las calles, hasta perderse en el océano de la navidad, verdadero socavón del tiempo que rodea la frontera, el abismo del final de año, el ilusorio volver a empezar de enero. ¿Se han dado cuenta de que no hay dos meses contiguos más lejanos que diciembre y enero? Es porque se dan la espalda.
 
Noviembre sufre el imperialismo de diciembre, y resiste la invasión con dificultades. Las castañas y los membrillos apenas tienen espacio en ese hortera colorido insolente de los mantecados y polvorones expuestos tan a destiempo. La impaciencia de comerciantes y vendedores quieren anticiparnos más y más cada año ese rescoldo de emoción que queda de la infancia asociado a la navidad. Hace décadas, cuando era niño, todo empezaba el día de la lotería, que coincidía más o menos con las vacaciones. Después se anticipó alguna semana, hasta tocar la fiesta de la Inmaculada, como si fuéramos centroeuropeos y lo importante fuese el Adviento. Pero es que ahora el anuncio de la lotería, los anuncios de Reyes, los dulces de navidad, y las luces de reclamo de las calles del centro parecen tener prisa en borrar esa dulce y estancada época que, entre el 15 de noviembre y el 15 de diciembre, antes nos servía para embadurnarnos definitivamente de otoño.
 
Uno de diciembre. Hace frío, la Sierra está blanca, el cielo del atardecer es gris oscuro, salvo en poniente, donde lo atraviesa una nítida franja naranja. Noviembre ya dejó de poner freno al tiempo, y el año se dispone a incinerarse a toda mecha. Pienso en que no tenemos paciencia. Apenas damos por terminado el verano, ya parece que tienen que llegar la navidad y el invierno, como si lo que hay en medio fuese tiempo perdido. Qué desperdicio. Quiero no apresurarme: diciembre sigue siendo otoño, aunque en nuestro imaginario parezca situado en el centro del invierno. Pienso esperar hasta el solsticio, hasta el día de la lotería, para decir "feliz navidad". Pienso vivir estos veinte días de otoño como si fuera otoño. No quiero llegar al invierno cansado de invierno. Ni tampoco desprevenido. Aunque será difícil: el mapa de diciembre no deja muchos refugios.

1 Respuesta

  1. Tienes toda la razón, tantas prisas por llegar desbaratan la destilación lenta de la ilusión que nos trae la paciente espera.
    A esas castañas y membrillos humildes que reivindicas como verdaderos frutos de temporada, añadiría el naranja de los caquis, la dulzura agreste y recia de las bellotas y la esfera punteada de los madroños. Y las nueces.
    Invitado quedas.

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