Dice Antonio Algora que la reforma laboral, que califica de injusta, quizás pueda con el tiempo recuperar algo la economía, pero que, al dejar al trabajador a merced de la voluntad del empleador, "no habremos avanzado nada en que el trabajador se sienta realizado con su trabajo y le sirva para llevar una vida estable y sin sobresaltos, que haga posible la familia, la educación de los hijos, el tejido social compacto y fuerte que hace personas y países fuertes para soportar las inclemencias de las coyunturas históricas".
Antonio Algora no es un sindicalista, ni un político de izquierdas, ni un periodista. Es el obispo de Ciudad Real. Y tiene razón. Quizás más que su homólogo, el de Granada, que dijo que los españoles tenemos el vicio de aspirar a la seguridad del sueldo fijo.
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