Leemos interesantes e inquietantes entrevistas y artículos sobre la vida después del repliegue confinado, a la que ya nos atrevemos a llamar "Nueva Normalidad". La Nueva Normalidad suena a una nueva Edad, después de la Antigua, la Media, la Moderna y la Contemporánea. Aunque sería alarmante que dejásemos de ser contemporáneos de la Contemporánea: ¿es normal, o neonormal, dejar de ser contemporáneo y seguir vivo?
¿Cómo será la Nueva Normalidad? ¿Será más nueva que normal, o más normal que nueva? ¿Tendremos alguna capacidad de elegir cómo queremos que sea lo nuevo, o sólo nos queda esperar a que lo dicten? ¿Qué será de la autonomía personal, de la voluntad política, de los empeños intelectuales en un contexto en el que lo corporal tendrá que hacer las paces con lo virtual? Aún estamos a tiempo de pensar el nombre de la nueva Edad que viene. Lo que espero es que no se acabe llamando la Edad del Plasma.
Mejor la telecercanía que la soledad, desde luego; pero el teléfono, la videollamada, la teleconferencia, el teletrabajo, los telemensajes y la teletienda me están envolviendo en un plasma viscoso que me entumece. Igual que las mascarillas, los guantes y los saludos con el codo. ¿A algún contemporáneo, todavía no neonormal, puede gustarle? Pero es la nueva forma provisional de solidaridad: ponemos cuidado, guardamos las distancias, no sólo por miedo, sino también porque una de las cosas más útiles que podemos hacer en este tiempo es servir de barrera para un virus que mata y hace sufrir. Cuando la amenaza es una crecida del río, los vecinos se unen para construir diques; cuando es un lobo, hacen batidas para encontrarlo y acorralarlo. Ahora es un virus, y hay que cerrarle espacios. Hemos comprendido que tenemos que guardar distancias contra natura para cerrarle espacios, y en eso estamos la mayoría, aunque merme economías y aunque haga de las calles en general un territorio balizado y reglamentado (salvo la de Núñez de Balboa, que enarbola una bandera sin leyes, nuevo bastión de la "desobediencia civil", donde han decidido que los reales decretos-ley no están vigentes porque, además de por el Rey, vienen espuriamente firmados por el Presidente del Gobierno).
Es tiempo de guardar las distancias. No hace falta entusiasmo. No hace falta convertirse en fundamentalista de la distancia. Hay una buena razón para guardarlas: aspirar a la cercanía, es decir, a la risa cara a cara, al abrazo, a los tropiezos, a la barra del bar, al rumor de una sala llena de gente, al encuentro. Eso es lo que da sentido a este esfuerzo contra natura de este tiempo. Lo del virus es serio, ha venido a hacer daño, ha matado a muchos y va a seguir haciéndolo, deja secuelas y hay que ponerle barreras hasta que se convierta en una enfermedad más de las muchas que se empeñan en mermarnos la vida; y entonces podamos volver a la vieja normalidad de la cercanía. No nos instalemos en la distancia, porque la distancia, si se convierte en costumbre, es otra enfermedad crónica: simplemente, guardemos la distancia para salir de ella cuanto antes.
La Nueva Normalidad traerá costumbres diferentes, orientará recursos y esfuerzos para conflictos hasta ahora más bien despreciados, requerirá un nuevo pacto social para seguir permitiendo el progreso sin excluir a un nuevo tipo de víctimas. Ahí hay una batalla intelectual, claro que sí, aunque será difícil de librar si aspira a condicionar de algún modo la realidad. Ojalá acabáramos llamándola la Edad de la Cercanía. Ojalá la cercanía, en sus diferentes dimensiones, fuese el paradigma del nuevo tiempo. Ojalá las brechas y las distancias acaben percibiéndose como el espacio donde crecen los virus corrosivos. Para eso, quizás, lo mejor que ahora podemos hacer es guardar, sin entusiasmo pero con disciplina, las distancias. Puede que esta distancia de hoy sea la mejor manera de buscar juntos la cercanía.
¡Guardemos las distancias!
Lo firma el Rey (hijo del emérito), además del presidente del gobierno (un tal Sánchez).
¡Qué menos que obedecer al Jefe del Estado!
Pero, eso si, sin fundamentalismo métrico, que la fe es cosa de espíritus y devociones donde métricas y razones sólo son subterfugios que corrompen el Orden sublunar; pues sabido es que no tiene más razón aquel que piensa más, sino aquel que manda con más convicción.
Porque ¿de qué sirven las patrañas de la inmunología, la epidemiología o la simple biología? …
Pues sólo basta saber que hay natura buena y natura mala, para que con convicción se pueda hacer el «esfuerzo contra natura» para luchar contra la «natura» que hace daño, que «ha matado a muchos y va a seguir haciéndolo…»…., …,
Luego si se pone barreras a la «natura» que mata (ojo; el virus va en serio…) y se la domestica convenientemente… entonces podremos «volver a la vieja normalidad de la cercanía»… la de la natura civilizada de toda la vida; la que «merma la vida» bajo el buen protocolo de la enfermedad…
Claro que si, claro que hay una «batalla intelectual» entre la convicción de toda la vida y ese artilugio cambiante de los ˝iluminati racionales˝ que nunca saben nada seguro, pero que aspiran en todo momento «a condicionar de algún modo la realidad» con cuentos cuánticos, cuentos genómicos de átomos en desbandada, pirulís de ADN y «espacios donde crecen los virus corrosivos»; todos cuentos chinos que se rebelan contra nuestra maravillosa civilización de la cercanía neoliberal «en sus diferentes dimensiones»… Cuentos chinos que imponen, además, la distancia lineal, unidimensional, y métrica, del socialcomunismo de Sánchez & Iglesias…
Claro que no cabe entusiasmo, pues, cuando la disciplina manda con firma de Rey aquello que hay que guardar en tiempos de la cercanía perdida… Aquello que fue antes y que hay que buscar después.
¡Qué bueno es nuestro verdugo cuando busca la cercanía con la convicción de costumbre!
¡E pur si muove! (¡ojo!… la separación es por esfuerzo contra natura)
¡Mulgere hircum!
20/5/20 18:39