Rosa Díez ha publicado en prensa hoy martes, 23 de octubre, un artículo titulado "Resistencia para defender la democracia". Su lectura me produjo impulsos de Twitter, pero preferí reprimirlos y dejar pasar un par de horas, porque creo que es un artículo que merece una respuesta pensada, y ello por dos razones: por la gravedad de su contenido, y porque no se trata de una ocurrencia excéntrica, sino de un planteamiento que conecta con capas en absoluto insignificantes de la ciudadanía, incluso de la ciudadanía más ilustrada. Me pareció, aunque pueda resultar exagerado, que dar una respuesta a este artículo es un buen servicio a la constitución que va a cumplir ahora cuarenta años.
Quiero comenzar diciendo que no me siento menos constitucionalista que la Sra. Díez. También, como ella, creo que la transición desde el franquismo hacia la democracia constitucional fue un inequívoco avance que nos hizo mejores, y que algunos planteamientos entonces sólidos y bien asumidos por la ciudadanía hoy están por desgracia en riesgo. El problema es que los riesgos que percibimos son en buena parte diferentes e incluso antagónicos.
Todo iba bien en opinión de la Sra. Díez hasta que llegó Zapatero al poder, quien "rompió los consensos básicos" y no supo reaccionar frente a una crisis que ha precipitado la crisis política que se venía gestando, y que ha desembocado en la ocupación del poder por una persona apoyada en los enemigos de la constitución: los "proetarras, los golpistas y los bolivarianos". Esto le hace decir que la democracia está en riesgo, igual que lo estuvo en los años 30 merced a "la unión del radicalismo de izquierdas y los nacionalistas". Su conclusión es que "ha llegado la hora de organizarnos para defender al Estado". Me parece que no he desfigurado el contenido del artículo de la Sra. Díez más que en lo imprescindible para resumirlo lealmente.
Mi principal objeción a su planteamiento es que resulta "épicamente mezquino". Digo "épicamente", porque toda llamada a la resistencia tiene algo de aparente grandeza, de inconformismo, de persecución de objetivos y de ideales; y digo "mezquino" porque la llamada es a un empequeñecimiento o un estrechamiento de aquello que quiere defender: el constitucionalismo. La primera persona del plural que utiliza (es el momento de "organizarnos", dice) quiere identificarla con la nación española, pero la nación a la que se refiere es sólo una fracción de ella, previa extirpación ideológica de una parte de la misma. En efecto, deja fuera al menos a esa parte de la sociedad que vota a Podemos, a Izquierda Unida, a partidos nacionalistas o secesionistas, y probablemente a no pocos votantes del PSOE. Sin contar a estos últimos, deja fuera a las fuerzas políticas que representan exactamente a 6.631.174 votantes españoles, es decir, más de una cuarta parte de los que votaron; y los deja fuera por una exclusiva razón objetiva: por su ideología izquierdista (radical) o nacionalista.
Una de las cosas que se celebraron con entusiasmo en la transición fue que en la misma cámara parlamentaria estuvieran sentados Blas Piñar (diputado por "Fuerza Nueva"), Manuel Fraga (exministro de Franco) Dolores Ibárruri ("La Pasionaria"), y también algún ex etarra condenado (en un proceso sin garantías) a muerte y luego a cadena perpetua, que finalmente fue amnistiado (como Mario Onaindia). Y no, no estaban sentados para darse la mano y cantar "Libertad sin ira" de Jarcha, sino para pelearse política y parlamentariamente por el poder. Algunos de ellos hacían profesión expresa contra los "consensos básicos" de la constitución, pero estaban allí, y eso era lo que se celebraba. No tenían más apego a la constitución que el que ahora tienen Tardá, Rufián u Oskar Matute (Bildu). Si alguno de ellos fuese, entonces o ahora, delincuente, habría de merecer sin duda un juicio justo que pudiera concluir con su inhabilitación para ser diputado por sus delitos, pero hasta hace poco teníamos claro que nada había mejor que el que todas las ideologías y objetivos políticos de nuestra sociedad pudieran estar sentadas en el Congreso en proporción a su fuerza social. Estoy seguro de que la Sra. Díaz esto lo comparte. Pero si están sentadas en el Congreso, sus diputados han de tener el mismo poder decisorio, como es obvio. Incluso para elegir a un presidente del Gobierno, para aprobar una Ley o para derogarla. Incluso para propugnar una reforma de la forma de Estado, del Estado de las autonomías, o de cualquier otra materia entonces acordada. ¿Cómo es posible que una representación parlamentaria basada en votos constituya una amenaza para la democracia y para la constitución? ¿Cómo pretende que "nos" organicemos para evitarlo?
¿Condenando los delitos? Sí, pero en procedimientos judiciales, no en tribunas de prensa. Delincuente es sólo quien comete un delito según sentencia firme de un tribunal, no quien sostiene una idea equivocadísima.
¿Neutralizando iniciativas inconstitucionales? Sí, a través del único árbitro, el Tribunal Constitucional, que viene haciendo su trabajo y puliendo iniciativas de todos los gobiernos que en España han sido.
¿Combatiendo sus ideas? ¡Claro, eso sería irreprochable! Pero supongo que es lo que la Sra. Díez ha venido haciendo en sus años de militancia política, sin ninguna traba, o al menos sin más trabas que las que sus oponentes tendrían para combatir las suyas. No parece, entonces, que sea un más que legítimo combate ideológico lo que está proponiendo. ¿Qué propone, entonces?
No se me ocurre otra respuesta más que la siguiente: propone un nuevo "imaginario constitucional" que sólo acepta a quienes comparten cierta ortodoxia de pensamiento político y excluye (no a los delincuentes, sino) a los heterodoxos, ¡sobre todo en la medida en que tienen apoyo popular! Para la Sra. Díez el riesgo está en que hay demasiada gente que vota lo que no le gusta. Que reciben demasiados votos, convertidos en demasiados diputados, quienes propugnan otra forma de Estado, u otra manera de entender la nación diferente a aquella en que se fundó la constitución, o políticas económicas que ella considera desastrosas. Pero ¿de verdad pensamos que la democracia está en peligro porque algunos demócratas prefieran república a monarquía, o porque propugnen la independencia de una parte del territorio? Si se diera el caso de que éstos recibiesen más y más apoyo de los ciudadanos, ¿habría que defender a la democracia de estos "demócratas equivocados"? ¿No hay amenazas mucho mayores para la democracia, como son el autoritarismo incipiente y el cada vez menor margen para la decisión propiamente política?
¿Estamos como en los años 30? ¿De verdad piensa la Sra. Díez que las fuerzas preponderantes de la sociedad y la política española avanzan a un enfrentamiento entre el fascismo y los partidos revolucionarios de izquierda? ¿Hará falta, entonces, un alzamiento militar para defender, en fin, la República, como entonces (va con ironía)? No, estoy seguro (ahora sin ironía) que esto no lo piensa la Sra. Díez, aunque sí lo piensen algunos a quienes sí le ha gustado su artículo.
Si una Constitución vale algo es porque asegura un "patrimonio" de derechos y de garantías sea cual fuere la mayoría coyuntural del momento. Hay constitución si tanto si gobierna el que más nos disgusta como si gobierna el que menos nos disgusta podemos ejercer nuestras libertades sin más límites que las leyes acordes a la constitución misma. Hay constitución si se cuenta con un sistema judicial independiente de resolución de conflictos, si se conocen y se respetan los procedimientos de conformación de la voluntad popular, si la policía y el ejército están sometidos al poder emanado de las urnas, si los servicios secretos y los fondos reservados no se emplean al servicio de una ideología o de un grupo, etc. Nada de esto funciona a la perfección, es cierto, pero los principales vicios no pueden imputarse a quienes no han llegado todavía a gobernar y manejar los resortes más sensibles del poder. La democracia en España es mejorable, pero lo que le hace falta no es un estrechamiento alineado en una ortodoxia ideológica decidida o delimitada por nadie.
La Sra. Díez afirma que aunque resulte políticamente incorrecto y antipático, es hora de decir que la democracia está en riesgo, y parece que lo dice por la okupación del poder por un gobierno apoyado por la izquierda y los nacionalismos. También resulta políticamente incorrecto, y antipático para muchos, decir que ya está bien de deslegitimar a un Gobierno por haber sido investido gracias al voto de diputados que representan a un electorado suficiente. Esto puede gustar o no gustar, pero ha de combatirse con ideas y ofertas electorales, no con alarmismos ni excomuniones. Ya está bien de repartir credenciales de ortodoxia y considerar que un diputado de Bildu (me voy al caso más extremo, pero incluyamos al de Izquierda Unida, al de Podemos, al de ERC, a todo diputado que no esté inhabilitado) no puede contar para formar una mayoría legítima. Ya está bien de que cada vez que, desde 1996, no gobierna la derecha, se busque un pecado original de lesa democracia (con Zapatero fueron los trenes, con Sánchez es "el frente popular"). En esto no ya Suárez, sino también el mismo Fraga tenían mirada más grande: sabían defender sus ideas con fuerza y talento aceptando la competición legítima con los más alejados, sin pretender apropiarse de la constitución ni utilizarla como búnker ideológico. Y si perdían, ejercían la oposición, sin sembrar dudas sobre la legitimidad del que gobernaba. Dejen la Constitución tranquila. Ojalá siga la Sra. Díez combatiendo las ideas que no le gustan: tiene fuerza, seguidores y talento, pero que no tome el nombre de la democracia en vano, porque la democracia, las libertades, los derechos, el Estado y la nación, son algo mucho más grande, más complejo, más plural y más abierto que lo que ella nos propone: una nación pequeñita dentro de una constitución-armadura.
Felicidades por la prudencia en la contestación!
Quizás lo duro para ella es “…la situación de un país que está gobernado por un ciudadano que llegó al poder aupado por grupos políticos que tienen entre sus objetivos destruir la España constitucional”. Y es cierto que es licito y válido y legal que esos grupos políticos estén ahí (quizás alguno debería haber sido ilegalizado… y quizás se deba exigir un mínimo de un 3% de representación para poder hablar en el congreso…, pero ahora tenemos lo que tenemos y hay que respetar las reglas del juego)
Personalmente pienso que a la Sra. Diaz, le está pasando algo similar a lo que le ocurre a los independentistas catalanes, que al no acomodarse la realidad a lo que ellos quieren , lo desean tanto , tanto que se creen que la realidad es de otra manera…!! Es cierto que el affaire catalán es muy complejo y se ve de muy dificil solución: ojalá algunas mentes brillantes y generosas en ambas partes, puedan empezar a resolverlo! , pero eso no equivale a decir que la democracia esté en peligro: puede ser que esté puesta en juego, o que se esté probando su calidad!
Yo confío en nuestra democracia, y creo que los españoles hablarán en las próxmas elecciones y posteriormente, con las alianzas necesarias para formar un nuevo gobierno mas estable que el actual, se podrán llevar a cabo las reformas que sean necesarias, si así lo cree conveniente las mayorías parlamentarias adecuadas. .
¡Mon Dieu! Miguel…
¡Qué palpitar constitucionalista!… ¡Cuánta emoción épica!…
Y hasta «cabreo» literario con trazas bíblicas; «… no tome el nombre de la democracia en vano…»
¡Superbe!.. ¡Merveilleux !… ¡Sublime !…
Nunca había visto tanta pasión desaforada en un balcón tan mudo…
Hasta comparto análisis contigo… aunque –eso si–, nunca dejaría tranquila la Constitución del 78… ahí separamos camino, aunque si comparto alguna que otra excursión por tu senda litúrgica… ¡que no es poco!…
Conocí a Díez hace mucho tiempo en Salamanca en uno de los seminarios de Alfonso Guerra y ya llamaba a su coche oficial de la misma forma que Celia Villalobos, pero en versión eusquera; un poco más sosa.
Su texto sólo destila añoranza y soledad.