La instrucción de una causa por supuestos abusos con menores en la que han sido imputados, al menos, tres sacerdotes de Granada, saltó a los medios con motivo de una llamada del Papa al denunciante. Naturalmente, ello disparó la atención del público, por lo escabroso del asunto, por la curiosidad sobre los pormenores y el alcance de los hechos.
Satisfecha la primera curiosidad, la noticia corría el riesgo de desinflarse o convertirse en 'simplemente' un posible delito execrable de difícil juicio dada la dificultad de probar la realidad de los hechos o su falta de veracidad. Alguien decidió, entonces, ampliar el foco de atención y añadir un elemento más: el obispo.
El arzobispo de Granada tiene detractores. Por razones de ideología (¡política!), de estilo, de prioridades pastorales, de rancio discurso sobre temas de moral privada, de su manera de concebir la presencia de la Iglesia en la sociedad, y de ciertas decisiones (entre las que destaco el desprecio que tuvo, desde su llegada a Granada, de la seria y prestigiosa Facultad de Teología regentada por la Compañía de Jesús, y su idea de crear un centro para formación teológica de sus seminaristas con un estilo diametralmente opuesto al de la Facultad), yo me siento -desde hace años- en el lado de los que claman por otra persona en su puesto. Lo digo sin titubear. Pero también digo que me parece detestable el tono insidioso de algunas "informaciones" que, ya sea por aprovechar el suceso para denostar al obispo, o para mantener vivo el interés de la noticia, han sugerido una especial cercanía o complicidad suya con los hechos y sus culpables, llegando a decir en algún momento que estaba "desaparecido" como si se hubiese fugado de la Justicia. Los datos objetivos indican que obró con cautela (como debe ser cuando está en juego la dignidad de las víctimas de tan asqueroso delito, como el honor de quienes no lo hayan cometido: ¡imagínense que alguno de los señalados sea inocente, y que les está pasando a ustedes!), que tomó algunas medidas (sin publicidad) y que como no puede ser de otro modo está respetando el protagonismo de la Justicia en la investigación de los hechos.
Critiquemos al obispo por sus decisiones, por sus homilías, por sus gestos, por sus prioridades, por sus posicionamientos públicos. Me apunto a hacerlo, porque la diócesis de Granada necesita otro aire, ya de una vez. Pero no hagamos tan injustamente del obispo un muñeco al que darle golpes que no merece, rodeándolo de perversidad moral o tibias complacencias con el delito. Estoy seguro de que no voy a tener que tragarme estas palabras en un futuro inmediato.
Muy bien, Miguel!