Media España sabe ya que la persona que cenaba con Dívar a cargo del erario público era su escolta "de siempre": el que lo fue en sus tiempos de juez y de presidente de la Audiencia Nacional, y el que fue llamado a seguir siéndolo tras el nombramiento como presidente del Tribunal Supremo. Tanto querer ocultarlo por parte de Dívar ha tenido un efecto contrario al deseado: llamó a la curiosidad de la gente. Ahora, las palabras "escolta preferido", "cena" y "hotel de lujo" sugieren, juntas, para mucha gente, la existencia de un amante.
Pero no es así. Yo no tengo conocimiento directo del asunto, pero tengo la convicción de que no se trata de un amante. Sepan que la habitación de hotel de Divar siempre fue individual. Se trata de otra cosa. Sostengo, por intuición, que se trata de un 'monaguillo'. Es quien le pone día a día la casulla al gran sacerdote y se ha hecho imprescindible, pasando a ser su confidente, su bastón, incluso el destinatario de muchos afectos que no han encontrado otros destinos. En la tarjeta que aparece reproducida en los periódicos dice "Ayudante personal", y yo no tengo duda de que se trata justamente de eso. Una figura que, es cierto, no existe en ningún organigrama ni en la RPT del Consejo ni del Tribunal Supremo, pero sí en la realidad de hombres como Dívar que viven solos y se han ido haciendo mayores. El célebre escolta debe ser la persona afectivamente más cercana al presidente, seguramente algo parecido a una esposa servicial, pero no su amante, porque el encuentro no se produjo en los terrenos del amor ni del sexo, sino en el de una convivencia cotidiana sustitutiva de otras compañías.
Dívar no está casado, y a mí no me resulta reprochable que la soledad de las cenas la distraiga con la compañía de su ayudante: aquél que le elige la indumentaria, que retoca su porte antes de las comparecencias, que le ayuda a gestionar el móvil o a cruzar a pié el semáforo, el que avisa al médico cuando le oye toser y se asegura de que ha tomado las pastillas de la mañana. Dívar tiene derecho a compañía privada y a la ayuda en aspectos personales para los que no se basta a sí mismo, y lo censurable de su conducta no puede acabar siendo con quién ha cenado, sino por qué ha cargado sobre nosotros gastos personales que habrían de salir de su importante sueldo. Eso es lo reprochable. No haber cargado al Consejo la cena del acompañante, sino la suya.
La agonía de la dimisión de Dívar está prolongándose demasiado. Su error, el que sí tendría que asumir de una vez, ha sido no darse cuenta de que el sueldo que cobra es suficiente como para cenar donde quiera y con quiera. Las dietas están para lo imprescindible, y lo imprescindible no es, de ninguna manera, alargar varios días las estancias motivadas por supuestos motivos institucionales, con cargo a impuestos. Dívar lo acabaría comprendiendo si pensase que el primer plato lo pagué yo (con mis impuestos), el segundo lo pagó otro ciudadano, y el postre otro ciudadano. Es la falta de exquisita cautela en el uso del dinero público lo que no queremos perdonarle: ni a él, ni a tantos que se cobijan en la sombra de no haber sido descubiertos.
Comparto tu apreciación. Todo el mundo dice que no le importa con quién andaba este señor pero… de tanto decirlo parece que cada vez se presta menos atención al mal uso que hizo del dinero público y más a imaginar qué hacía o dejaba de hacer con su ayudante.
De todas maneras, no entiendo que no haya dimitido ya.
"…le elige la indumentaria, que retoca su porte antes de las comparecencias, que le ayuda a gestionar el móvil o a cruzar a pié el semáforo, el que avisa al médico cuando le oye toser y se asegura de que ha tomado las pastillas de la mañana." es prácticamente lo que le hace mi madre a mi padre, tras 50 años de matrimonio