[Artículo publicado en la revista CTXT el 03/11/2016, puedes leerlo en su formato original aquí.]
El portavoz de Podemos en el Senado hizo, de joven, algo que, aunque legal, a un político en activo no podría permitírsele. Ganó mucho dinero vendiendo una vivienda de protección social que compró acaso favorecido por influencias familiares
Cuando un gran amigo mío, catedrático de Filosofía del Derecho, tomó la decisión de presentarse como candidato a diputado del Parlamento de Andalucía por Podemos le escribí un correo en el que, junto a otras cosas que me guardo, le dije literalmente esto:
“Anticípate. Antes de que empiecen a hablar mal de ti (por tanto, ya, inmediatamente), di que no merece la pena que rebusquen hasta encontrar incoherencias en tu vida, porque todas esas incoherencias las pones tú orgullosamente en tu candidatura. Di que no crees en la pureza, sino en el anhelo. Di que quien se presenta a candidato no es tu lado inmaculado o épico, sino un ciudadano. Dí que a veces has pagado sin IVA, que quizás no has declarado alguna conferencia, que vives en una casa grande y bonita en la que eres feliz, que estás harto de que te regañen por no ser ni santo, ni sabio ni héroe, y que si aspiras a representar a los andaluces en su Parlamento no es desde el curriculum de la perfección moral, sino desde tu trayectoria de implicación política. Y que estás seguro de que corres el riesgo de convertirte en casta”.
Quizás fue un consejo innecesario, porque habría sido exactamente lo que él me habría dicho a mí en la situación inversa, y porque él ya sabía que desde ese momento quedaba expuesto a la mirada inquisidora.
Así es. Cuando un ciudadano (en particular un ciudadano con recorrido profesional) decide participar en la política, arrastra un pasado. Incluso los más ejemplares habrán tenido episodios discutibles o criticables. Han de saber que hay muchas posibilidades de que se hurgue en él (y en sus twits, en todo lo que de ellos diga Google, y en lo que maldiga algún enemigo), y debe estar dispuesto a aceptar golpes en la mandíbula sin llorar y sin quejarse demasiado del mensajero, aunque el mensajero sea despreciable. Es un error hacer crítica política desde posiciones inmaculadas: mejor, mucho mejor es reconocer con naturalidad que uno tiene sus manchas. Lo importante no es no haber roto un plato en la vida, sino la determinación de perseguir objetivos políticos identificables. Cierto que desde el momento en que se da el paso se asume un compromiso de ejemplaridad más exigente ex nunc (es decir, a partir de entonces), pero el pasado nunca debería inhabilitar a un ciudadano para participar en la política ni impedirle sentirse libre de criticar y combatir comportamientos y políticas. Si sólo los puros pudiesen dedicarse a la política y esgrimir exigencias morales, estaríamos perdidos.
Ramón Espinar hizo, de joven, algo que, aunque legal, a un político en activo no podría permitírsele. Ganó mucho dinero vendiendo, con autorización administrativa, una vivienda de protección social que compró acaso favorecido por influencias familiares. No es atrevido imaginar que fuera una operación de familia para la que él puso el nombre y su insolvencia. Cuando lo hizo no era político. Su principal error, como político, no ha sido combatir el marchamo especulador de la política de vivienda (necesitamos ese combate), sino no reconocer, al hacerlo, que él especuló cuando era joven. ¿O es que preferimos a políticos maniatados por su pasado, con la boca cerrada por temor a que les digan "y tú también"? Es mejor el "yo también". Quizás también Espinar se ha equivocado en las explicaciones: si era insolvente para pagar la hipoteca, ¿no lo era también cuando aceptó, tres años antes, adjudicarse la vivienda? No debe sorprenderse de que alguien concluya que hubo asesoramiento e intencionalidad desde el principio.
Mucho camino y energía, en fin, ahorraría Podemos si proclamase que su materia humana no es mejor que la de los demás, para que los valorásemos por su acción política, y no por una supuesta superioridad moral que siempre pasa factura.
P.S. Esta mañana de jueves, escrito ya este artículo, el programa de Pepa Bueno se ha centrado en el caso Espinar. Apenas han hablado de otra cosa en el interminable trayecto que me he visto obligado a hacer en coche por las atiborradas circunvalaciones de Granada. La emisora tiene derecho a hacerlo, y él (Espinar) tiene la obligación de aguantarse sin malas excusas, pero los demás podemos tomar nota de la gran importancia que da la emisora al pasado de los políticos en activo. Ya puestos, y para aprovechar el empujón, no se me ocurre mejor conclusión que proponer una investigación sobre si el caso Espinar es un caso aislado, o si hay otros hijos de políticos a los que la suerte les adjudicó una VPO, mientras eran estudiantes, y que luego no tuvieron más remedio que ganarse unos 20.000 eurillos por no poder pagar el precio de compra.
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