Hay serpientes que reptan por la red devorando verdades y mentiras, alimentándose de la credulidad de tanta gente desprevenida.
Las propiedades anticancerígenas del limón, el vídeo de Atocha en el que se "veía" un once de marzo a un etarra accionando los mandes de algún dispositivo mientras subía las escaleras, el "epitafio" cursilón atribuido a García Márquez, la carta del ministro canadiense (o de Donald Rumsfeld, en versiones más antiguas) a la activista/pacifista que se interesa por el trato que se dispensa a los talibanes detenidos, el artículo "de France Soir" ridiculizando a Zapatero con lenguaje de cocina española, aunque en francés... Cualquiera, consultando su correo, puede añadir otras serpientes.
Cuando los recibo pienso en quien, divertido, los introduce en el ciberespacio; pero sobre todo pienso en el dedo del amigo ingenuo que pulsa la tecla de enviar, porque se ha impresionado o se ha emocionado y quiere compartir el descubrimiento o la revelación.
Los corredores de la verdad no pueden ya competir con los de la mentira. Antes te podían manipular desde un púlpito, o a través de tu periódico preferido; ahora ya no es fácil ni siquiera elegir quién quieres que te engañe.
La verdad ya no se revela por inspiración divina, es decir, a través de aquel colosal proceso de discriminación y canonización de los libros sagrados.. No hay pruebas de contraste ni sellos de autenticidad. La "verdad" viene determinada y dictada por el dedo del amigo, por la tecla de enviar, por las listas de destinatarios de correo, y, acaso, por cierta capacidad de resistencia (tuya o de tu ordenador) frente a los spam.
¿No podrían aprevechar "Educación para la Ciudadanía" para educar a los chavales en esa "resistencia"?
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