A mí me da miedo lo que ha pasado con el emporio Murdoch.
Podemos soportar la sospecha de que los servicios de inteligencia, es decir, los profesionales del secreto y la pesquisa, tengan modo de saber todo lo que cualquier persona habla, lee o escribe. Eso lo damos ya por descontado. Pero que alguien que maneja los resortes no ya del secreto, sino de la opinión pública, tenga acceso a la intimidad de cualquier ciudadano tocado por un asunto noticioso, eso me preocupa.
Murdoch representa la adulteración del periodismo: ganar dinero a costa de echar bazofia ideológica e informativa a la sociedad. La intimidad es más importante que la propiedad: no hay ciudadanía sin ámbitos exentos de control y conocimiento públicos, como advirtió Orwell hace mucho tiempo ("1981"). Pero nuestro modo principal de comunicarnos (teléfono e internet) no tienen ningún blindaje que resista a la curiosidad de los poderosos.
Me alegro infinito de que lo hayan pillado, y de que los tribunales de justicia salgan en defensa de nuestra intimidad, pero me preocupa saber que ese delito es tan apetecible y tan fácil de cometer impunemente. Uno de los grandes problemas de nuestras sociedades es que ya no hay periodistas, sino poderosísimas empresas de comunicación. También frente a esto tenemos que resistir, pero no sé cómo. Toda la defensa de nuestros derechos está pensada para resistir a la ingerencia del Estado, de la policía, del poder. Pero cuando el poder no es público, sino empresarial, las garantías se derriten como la mantequilla. Somos tan pequeñitos al lado de esos gigantes inmorales y mafiosos...
Reivindico el derecho a mentir, a fingir, a ocultar, a disfrazarme, y sobre todo a esconderme.
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