Susana Díaz ha presentado en un acto público multitudinario su candidatura a la Secretaría General del PSOE. Lo ha hecho con un discurso verbal que tiene bien asumido, y con una escenografía impecable desde el punto de vista de su eficacia simbólica: se trataba de hacer visible que ella es la candidata no del aparato, sino del PSOE mismo. De ahí el lema (“Cien por cien PSOE”). De ahí la presencia de quienes han aglutinado hasta ahora al partido (Felipe González, Zapatero y Rubalcaba), e incluso de quienes alguna vez representaron alguna variante secundaria pero autónoma, como Alfonso Guerra, Chacón o Madina. De ahí una muy numerosa presencia de público que representaba a la “militancia”. De ahí un cuidadoso reparto de alusiones y presencias territoriales. Y de ahí su llamada explícita a identificar adversarios externos, como si no se tratase una contienda interna, o mejor aún, como si la existencia misma de esa contienda fuera un factor que debilita al partido “cien por cien” (es decir, a ella) frente a sus adversarios externos.
Sí, desde el punto de la vista simbólico y de escenografía, los organizadores del evento pueden estar satisfechos: lo han hecho francamente bien, o al menos así me lo parece a mí. Pero arriadas las banderas y regresados los autobuses, se abre de inmediato un pequeño vacío en el que el entusiasmo y la fuerza persuasiva de los símbolos tienen que librar, sin esos apoyos, una batalla real. Esa batalla es la del discurso político. Y aquí es donde se agolpan las objeciones. Porque, como se trata de un partido político y no de una secta religiosa, la autoafirmación ha de hacer las cuentas con algo más difícil: la oferta a la ciudadanía, que aunque no vote en las primarias, vive fuera del PSOE y está esperando para ver si en los próximos años se arrima al PSOE, o a Ciudadanos, o a Podemos. Porque esto es de lo que se trata: las primarias no tienen sentido si no son el centro de una espiral que, con la misma lógica curva y envolvente, se expanda hacia los alrededores del partido.
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¿Y cuál es el discurso político de Susana Díaz? A mí me parece que, al menos hasta el momento, es tan vistoso como flojo y deliberadamente insustancial. El discurso es la victoria. Ganar, gobernar desde la victoria, ganar como ganaron González y Zapatero. Analicemos esto con algo de atención.
De entrada, este discurso es una enmienda a buena parte del PSOE territorial que no ha tenido reparos en gobernar desde la derrota. Son muchísimos los Ayuntamientos y no pocas las Comunidades Autónomas en las que el PSOE se ha coaligado con Podemos o similares para participar en el gobierno. Lo hizo incluso el PSOE de Andalucía con Izquierda Unida en la penúltima legislatura, antes de la emergencia de Podemos, cuando fue derrotado por el PP. Y toda la impresión es que ese escenario, en el que el PSOE resultará la segunda o la tercera fuerza política pero con capacidad de formar mayorías alternativas a aquellas en las que pueda estar el Partido Popular, va a repetirse una y otra vez. Díaz ha querido resucitar, me parece, aquella promesa que hizo Zapatero en el 2004: “no gobernaré si no tengo un voto más que el PP”. Aquello funcionó entonces, pero no es difícil tener la convicción de que en este momento histórico una promesa así supondría más bien un desaliento para el voto socialista crítico y un trasvase hacia otros partidos que aseguren estar dispuestos a pactar contra el PP aunque éste fuese el más votado.
Pero avancemos un poco en el significado político de este discurso. Si se fijan, el “negativo” de ese “gobernar desde la victoria” no es más que la abstención a favor del PP cuando el PP haya obtenido más votos que el PSOE. Que es justamente lo que se “arrancó” en aquella “operación Gestora” que por medio de un ardid estatutario tumbó al entonces Secretario General, Pedro Sánchez. No hay, pues, sólo un mero lema publicitario, sino que hay una “definición política” que quiere dar coherencia a aquella decisión de que el grupo parlamentario socialista no bloquease, es decir, permitiera, la investidura de Rajoy. Es una posición política legítima, no faltaba más, aunque no deja de ser llamativo que, sin embargo, no ha sido defendida de manera clara y explícita, porque Díaz y quienes le apoyan no tienen claro que dicha definición cuadre con las expectativas de los militantes del partido.
Lo cierto es que propugnar la victoria como contenido principal de la acción política ni conduce a la victoria, ni desde luego ayuda a clarificar la oferta política que va a sostenerse ante la ciudadanía, porque una parte decisiva del electorado no está hoy día en la batalla de qué siglas quiere que gobierne, sino que por fin parece más interesado en qué se va a hacer desde el Gobierno. Por otra parte, el discurso de la victoria no trae consigo ningún compromiso, sino más bien un voluntarismo sin responsabilidades, a menos que, en el no improbable caso de una derrota en los próximos procesos electorales, quien llegó a la Secretaría General para ganar dimitiera por haber “incumplido” su programa, que era justamente ganar.
Ya sé que la aspiración a la victoria es consustancial a un partido político no minoritario. Pero una cosa es utilizarlo retóricamente en un mitin, y otra cosa es que de manera deliberada y calculada se invoque esa palabra para eludir las preguntas que están encima de la mesa. Son preguntas difíciles que hoy día parten al partido, preguntas que lo tienen bloqueado desde hace al menos dos años. Son preguntas que esperan una respuesta clara de parte del partido que ahora mismo ocuparía la línea central del hemiciclo si sus escaños se ordenasen cabalmente según la lógica izquierda y derecha. Y la respuesta del PSOE es decisiva, precisamente porque, en función de las respuestas que ya sí conocemos de los otros partidos, es la que puede decantar la mayoría en un sentido u otro.
Desde, al menos, las elecciones de diciembre de 2015, las circunstancias están reclamando al PSOE un esfuerzo de clarificación de su oferta política. Y es obvio que una oferta consistente en “ganar” no clarifica nada. De este proceso de elección del Secretario General del PSOE cabría esperar que se librase, por fin, de manera abierta y explícita, y con todo el dramatismo que la ocasión exige, un enfrentamiento entre las diferentes almas del PSOE, tan poco unánimes con relación a aspectos fundamentales de la política de la próxima década. A Susana Díaz, en cambio, le interesa un debate que no enfrente a unas partes con otras, porque ello la situaría en el estatus de “parte”: le interesa representar una lucha entre el “todo”, que es ella (“cien por cien”) y una parte, que son los otros. Y el problema es que asignarse el lugar del “todo PSOE” supone dejar sin respuesta las preguntas que hasta ahora no ha sido capaz de responder el PSOE. ¿Cómo va a entrar la candidata del “todo PSOE” en las disputas que lo tienen dividido? De ahí que el discurso sea deliberadamente neutro: “ganar”.
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Pero el cartero llama siempre dos veces. O tres. En la próxima ronda electoral, el PSOE va a verse obligado a decidir en muchos sitios si, al no haber mayoría absoluta del PP ni mayoría simple del PSOE, se abstiene a favor a la lista más votada (PP) o si busca alianzas aritméticamente posibles con Podemos o similares. La primera opción es la que se describió en su día por José Luis Serrano (parlamentario andaluz de Podemos en su último año y medio de vida) como “pacto nacional del bipartidismo”, según el cual PP y PSOE, conscientes de que de momento será muy difícil (salvo en País Vasco y Cataluña) que otras fuerzas consigan la mayoría de gobierno sin el apoyo de PP o de PSOE (es decir, contra el voto negativo de ambos), aseguran el gobierno de uno o de otro sin necesidad de una “gran coalición” con participación conjunta en el Gobierno. Este es, de momento, al menos, el modelo de Susana Díaz. No es tanto, o no es sobre todo un modelo “ideológico”, sino una opción que tiene beneficiarios y perjudicados dentro del propio PSOE. En efecto, puede convenir a los intereses partidistas en Andalucía, Extremadura, Castilla la Mancha, y no sé si algún territorio más, pero sin duda hundirá toda expectativa de influencia del PSOE en otros territorios en los que o bien ha dejado de ser segunda fuerza, o al menos está lejísimos de ser la primera. Y no me parece extravagante pensar que esta lógica es la que con más énfasis está propulsando el poderoso PSOE del sur, que tanto se juega en puestos de trabajo y manejo de presupuestos. El problema es que dicha lógica aleja al PSOE del gobierno de la nación, y lo conduce a la irrelevancia en casi todo el norte y el este de España.
El discurso político de Pedro Sánchez, con su “sí es sí”, tampoco es ejemplar. En su caso, además, la dosis de indefinición que se guarda es, creo, más incomprensible, porque el único valor neto que tiene su candidatura es el de un cambio de rumbo, y ello requiere precisar con más claridad aún las estaciones de paso y de llegada de la ruta que se propone. Díaz puede permitirse el lujo de no precisar su ruta, porque le basta con decir que su veleta señala al norte de la victoria. Pero Sánchez sí necesita contenidos con los que provocar un “de acuerdo” o un “no de acuerdo” de Díaz que la baje al terreno de las decisiones puramente estratégicas. Es, por ejemplo, incomprensible que Pedro Sánchez no acabe de decidirse a pronunciar la palabra “Podemos”. Está bien que dé pistas hablando de Portugal, pero ¿por qué no dice con claridad que prefiere un pacto con Podemos a una abstención a favor de un PP más votado, si es justamente eso lo que todo el mundo sabe que está en liza? Si la respuesta es que esa palabra produce encogimiento y retracción dentro de la militancia del PSOE, entonces es que su candidatura adquirirá tintes personalistas y de ajustes internos de cuentas que no creo que interesen más de a un 25% de la militancia socialista. Entre otras cosas porque, aunque a muchos les indignase el modo en que se gestó la Gestora como pantalla protectora de la espera de la Mesías, tampoco creo que esa militancia tenga buen recuerdo de la época en que Pedro Sánchez fue Secretario General. Yo creo que no lo tiene ni él.
Ganar está bien. Se está en política para intentar ganar. Susana Díaz dice y repite que tiene fuerza, que tiene ganas, y que le gusta ganar. Pero en tiempos difíciles en los que la lucha está en no perder determinadas conquistas del siglo pasado, y en que los vientos empujan a escenarios en que las correcciones socialdemócratas al capitalismo apenas encuentran espacio, a mí me producen desazón los discursos de la victoria. Prefiero los discursos de resistencia. A la larga, ninguna victoria insustancial o a favor de los vientos produce entusiasmo.
Bueno… no quiero parecer pesado en el comentario a tus post, pero tu exposición me ha sorprendido gratamente por varias razones:
En primer lugar me ha sorprendido –sobremanera–, leer un texto de análisis de estructura netamente racional redactado por un vecino andaluz, y para más imposible… de la judicatura española… No se si es un milagro devoto o el exabrupto de una rara experiencia paranormal… o es que ya ha comenzado un brote evolucionista del expañolismo postfranquista desapercibido por el darwinismo biológico… De tan raro me resulta excepcional…
En segundo lugar, y como no podía ser menos, coincido plenamente con tu análisis toda vez que el espectáculo del anunciamiento de la lideresa tuvo, en mi opinión, una estructura discursiva de homilía religiosa con mucho honor y orgullo… mucho; mucho… repasando el santoral socialista por filas de butacas con una retórica emocional típicamente zelote; vacía de contenido racional y concreto ni siquiera relacionable de lejos con los problemas de la sociedad actual y su propuesta de mejora o solución.
Consecuentemente y siguiendo el símil de Bernie Sanders en su reciente entrevista en el NY–times de 13 de marzo en relación a los muchachotes del Partido Demócrata norteamericano, estimo que el “PSOETITANIC” de Susana también tiene vocación de hundirse con mucho honor y orgullo en picado y al fondo del mar…. siempre y cuando –como bien dice Sanders–, sus líderes de puertas giratorias mantengan sus literas de camarote de primera clase…
Realmente es una pena… y en este sentido la pena se agrava por la izquierda con un “Podemos” aún más anclado en la toma de la Nouvelle Bastilla de la Moncloa ibérica sin más razón que la lógica de la lucha ahora de castas analizando el futuro como una simple prolongación del pasado siglo XX.
Un abrazo…, siempre es reconfortante empezar el día de pasiones con una buena dosis de análisis racional…
De acuerdo contigo Miguel. Esa manera tuya de desentrañar la esencia de la yerbabuena y de utilizar el método de Descartes para estamentar los problemas, constituye un acierto muy digno de agradecer.
El show de Susana Diaz sólo tenía un objeto: configurar a Pedro Sánchez como un elemento pernicioso y ajeno a lo que, según la mayoría de líderes socialistas, pasados y presentes, debe considerarse puro y auténtico PSOE. Nada más. Y cumplió.
Si este chico no comprende que un selfie con dos elementos filosóficos como Felipe y Guerra juntos apoyando a Susana constituye un certificado de desprecio a su persona, va listo, y volverían a destronarlo de Secretario General llegado el caso de peligro podémico asociativo.
Como bien dices, Susana no presentó programa u oferta política alguna. Nada. Pero eso lo hace hoy en España todo político o partido que se precie. Solo emiten generalidades, abstracciones, futuribles sin concreción técnica, presupuestaria , jurídica, medioambiental, etc. Vete a la famosa Declaración de Granada, que los socialistas citan como su Biblia particular, y te partes con su propuesta federo federalizante asimétrica no independentista .
:Los partidos politicos son constitucionalmente necesarios. Pero si en la sociedad civil no hay agrupaciones de pensadores libres e independientes, con experiencia jurídica, económica o técnica en variados campos, que de vez en cuando emitan sus opiniones concretas en beneficio de la sociedad, y en asuntos de gran trascendencia, estamos muy desasistidos y al pairo de fenómenos coyunturales como un socialista majadero e inane o un partido de coleteros descamisados.
Sociedad civil es mi apuesta.
Por mi parte, y como experto en salmorejo y en dureza con las espuelas y ternura con las espigas, me ofrezco gratuitamente para lo que se me pida.