¿Qué resortes pueden impulsar a alguien a preferir lo bien hecho aunque no tenga premio ni beneficio personal? ¿Desde qué base puede edificar una persona un planteamiento moral de su existencia? ¿Qué razón puede encontrarse para no cometer una injusticia en provecho propio? ¿Por qué un medio de comunicación va a preferir una información correcta a una información rentable? ¿Qué motivo conseguirá que el empleado público se implique más allá de lo imprescindible en la prestación del servicio al ciudadano? ¿Por qué un empresario va a asumir voluntariamente un incremento de los costes salariales en detrimento de su beneficio?
Nuestra educación está llena de contenidos morales. Sin embargo, la realidad va pasando facturas. A cada momento aparece la tentación de la pequeña claudicación, de la componenda, del no pasa nada. Tenemos problemas políticos y económicos, pero también tenemos un problema moral: apenas queda algo más que el temor al castigo. Pero cuando Dios ya no vigila con su ojo triangular en lo recóndito de tu vida, cuando la ley es un parámetro lleno de resquicios, cuando los inspectores fiscales y laborales y los guardias de tráfico no pueden controlar más que un mínimo porcentaje aleatorio de las infracciones, entonces la transgresión se convierte en una costumbre, por falta de incentivos específicamente morales. Otro efecto de la crisis es que sirve como excusa para el egoísmo y la insolidaridad.
Por fin nos liberamos de la viscosa culpa que tanto nos empequeñecía, pero entonces, a falta de otras motivaciones, muchos contenidos morales se diluyeron en la indolencia. No sé si es peor el infierno que dejó de amedrentarnos, o el limbo que nos convierte en muñecos.
Hay que recuperar el prestigio de la calidad moral. De una moral laica y ciudadana, a la que cualquiera pueda añadir una motivación religiosa, filosófica o política. La ética es un bien escaso. Otra tarea urgente: señalar al tramposo, aplaudir al buen profesional, agradecer al voluntarioso. Hay que acorralar al que va a lo suyo. Quien alguna vez opte por la vía estrecha de lo mejor y más acorde con sus principio no debe sentirse un idiota: debe sentirse acompañado.
No somos santos ni seremos héroes, pero nos queda el forcejeo cotidiano con la realidad. La vida merece alguna dosis de épica, y ésta consiste en resistir a la indolencia.
No es un sermón, porque me lo estoy diciendo a mí mismo.
No creo yo que nos hayamos deshecho de la culpa, bueno igual sí de la viscosa, pero es algo que llevamos tan dentro, que siempre estará ahí y además, mientras no nos consuma, creo que tiene su papel.
Besos.