Es como una jaculatoria laica, unos maitines concentrados y en plena calle. Al principio de la mañana me gusta pronunciar el nombre del día que tengo por delante: "Miércoles, trece de abril de dos mil once". Así se llama el día de hoy.
En aquellos días remotos de colegio, el maestro escribía la fecha en la parte superior de la pizarra, y ahí quedaba escrito hasta que se acababan las clases por la tarde. Es algo parecido: decir el nombre del día es como escribirlo en la pizarra para que no confundamos ayer con hoy y mañana. No es una fecha, es algo más.Es el nombre del día. No son números, son nombres propios. Digo el nombre del día, y me siento más dentro de él. Me siento agradecido: alguien me ha regalado un día, y yo quiero recibirlo. Acabo de salir de casa, voy hacia el trabajo, hace sol, hay mucha gente a mi alrededor. Trece de abril de dos mil once. Jamás volverá a ser hoy, y todo lo fugaz debería tener un nombre propio
A veces uno prepara un mañana que termina frustrado. Qué difícil es concentrarse únicamente en este día irrepetible, y que fácil olvidar que todo el mañana depende del hoy.
Saludos
Bonita entrada.
Al final,lo importante de la vida, está en las cosas más sencillas.
Todo el mañana depende del hoy, Begoña. Por eso hay que vivirlo como si no hubiera mañana.
"Al final" vale lo más sencillo, mariiisa. Pero no lo dejemos para el final. Ya vamos dándonos cuenta. Un día de vida es lo más valioso que tenemos cada día.
Me gusta cuando pasáis por aquí y saludáis. Los blogs (voy comprendiéndolo) son una muy pequeña parte de nuestros días, y en esa pequeña parte uno también quiere encontrarse a gente, aunque sea gente que ni sé dónde vive, ni cómo es, ni qué les pasa el resto de sus días.