El doctor Fredrerick Starks descubre que ha sido espiado durante meses, quizás años, y que un plan preciso y exhaustivo ha sido preparado para destruirlo en exactamente quince días. Golpe a golpe, se ve irremediablemente conducido a la muerte, sin ningún espacio en el que refugiarse. Cualquier intento de ir a contracorriente lo hunde más: su única oportunidad habrá de estar a favor de la corriente: seguir las indicaciones, avanzar de frente. Y a favor de la corriente, cuando acepta su muerte como irremediable, es cuando encuentra un resquicio, una pequeña grieta en el plan destructor. Desde ese resquicio organiza su propia muerte, pero a su manera. Y esa manera de morirse es la que acaso le permitirá conocer a su asesino y saber por qué tuvo que morir.
Lo mejor es el ritmo del guión: el desmoronamiento de cualquier esperanza en la primera parte, pese a los puntuales hallazgos, y la tenacidad constructiva de la segunda parte, llena de apuestas que pueden o no concluir con éxito. Ritmo, más que literatura: han quedado muy, muy pocos párrafos subrayados en el libro una vez terminada su lectura.
El título, sin embargo, es completamente desproporcionado. Pese a que esparce en diferentes momentos del guión los conocimientos prestados por algunos manuales de psiquiatría y psicoanálisis, en realidad pudo ser un traumatólogo o un endocrino, un policía o un director de recursos humanos. No es, ni mucho menos, la locura o la desviación lo que está mejor tratado. El título es un pequeño fraude. La intriga lo compensa.
No puedo opinar sobre el libro porque no lo leí.En este momento estoy leyendo Las uvas de la ira, de Jhon Steinbeck y hacía tiempo que no leía un libro donde el ritmo es lento, pero se disfruta por la buena literatura. Recomendable sin duda.
Saludos
Tomo nota, gracias Miguel, bon día.