Anónimo descubrió la íntima impunidad del anonimato.
Siempre tuvo tantas cosas que decir, pero tanto miedo a suscribir o a firmar. La palabra dicha compromete, la palabra escrita ahí queda, y el compromiso de la palabra firmada es para los que no tienen pudor, para los que se conforman con no ser perfectos. Por eso prefirió siempre escuchar, leer, y acaso rumiar en soledad. Como mucho, escribir en las puertas de los servicios, en medio de tanta procacidad, frases distintas para llamar la atención.
Ahora están los blogs. Anónimo no tiene blog, pero va de caza cada noche, de blog en blog, buscando heridas en las que hurgar, ingenuidades que despreciar, torpezas que señalar, ideas que rebatir. Todos los nombres se equivocan, todos se afanan en vano, todos tejen una maraña por la que él transita de prestado para pasar el rato y ensayar su superioridad. Anónimo no entiende que tanto aficionado sea capaz de lanzar al mundo un puñado de naderías que ocupan en vano el ciberespacio. Ese que llena sus noches de insomnio
Lo único que molesta a Anónimo es que haya otros que también se llamen anónimos. Demasiados mentecatos usurpan su nombre por un tiempo, hasta que toman confianza y pasan a llamarse Elena, Francis o Hedlsborg: nuevos insectos para la tela de araña que le da alimento. Él es distinto: él merece la íntima impunidad del visitante anónimo que llega, eyacula y se va.
Pobres blogueros, expuestos a su mirada crítica, a su ataque desde la madriguera. Creen que están escribiendo, pensando, compartiendo, proponiendo; creen que están fraguando poco a poco la gloria del escritor que están llamados a ser, cuando lo único que hacen es agitarse en su pequeño mundo. Él, Anónimo, tiene la gloria asegurada, porque sólo aspira a quedar protegido del fracaso. Por eso ha renunciado al nombre y sólo baila bajo el disfraz.
Anónimo nunca terminará de crecer porque nunca se hará cargo de su propio nombre. Nunca dejará que sus propias palabras le engalanen y le inviten a intentar ser mejor en la forma que sea. Nunca dejará de ser un impostor.
Pero a Begoña por ejemplo le quedarán kilómetros y kilómetros de comentarios detrás, que si se pusieran todos en línea recta recorrerían el mundo. Quizá un día le hagan caminar sobre todos ellos y morirá antes de llegar a pisar el kilómetro final.
Entre Anónimo y Begoña hay una única diferencia, que ella se equivoca, pero sabe que ha nacido para equivocarse y no le duelen los pies para comenzar nuevos caminos. Le gusta caminar.
Saludos
Mejor dicho entre Anónimo y Begoña todo son diferencias, y solo una similitud, que ambos se equivocan. Ella alguna vez, Anónimo todo el tiempo si a lo único que se dedica es a insultar, a meter el dedo en el ojo y señalar.
Begoña sabe que siempre que se insulta a otro se está insultando a uno mismo.
( Todo cuanto escribo me sale sermón:)
"Hacerse cargo de su propio nombre". Me gusta, Begoña. Al menos hacerse cargo de un seudónimo: de cualquier cosa que te haga identificable. Es condición para hacerse cargo de la propia vida. Y, como alguien me dijo alguna vez, no hay mayor imperativo moral que hacerse cargo de la propia vida.
Yo mismo soy un seudónimo, por razones complejas de explicar en público, pero eso interesa menos. También hay una cuota de anonimato en el seudónimo, pero creo que ése es un pecado venial, porque salva la responsabilidad de lo que se dice.
Saludos, Begoña, siempre me agradan tus comentarios limpios y claros. Gracias.