He visto a una señora que lloraba sin contención. Estaba quieta en medio de la calle inquieta, como un palo firme al que esquivan las hileras de hormigas que buscan otra cosa. Lloraba y también gemía, agarrada a su teléfono móvil, mirando al escalón de la entrada de un edificio donde por fin se ha sentado dejando caer un bolso y una bolsa, dejando desplomarse la mañana rota de repente. Alguien al otro lado debía seguir hablando, pero lo importante ya había sido dicho.
Antes las peores noticias, las que no se quieren ni se esperan y llegan de repente, se recibían en casa. Antes había una intimidad de la tragedia, habituada a escenarios domésticos: el sofá del salón, la cama a medianoche, la ventana de la cocina con vistas al parque. Un telegrama urgente, una llamada al teléfono de casa. Había tiempo y espacio para llorar en soledad o en familia, para gritar, para tumbarse, para recorrer el pasillo cien veces diciendo 'no puede ser'.
Ahora no; ahora las peores noticias te buscan vía satélite y te alcanzan allí donde estés con la precisión de un disparo. No tienen paciencia, no aguardan a que hayas regresado a casa y hayas terminado de cenar. Suena un móvil en un semáforo, y alguien empieza a llorar. Un socavón de desconsuelo se abre en el asfalto, una puñalada de sufrimiento denso se queda clavada en medio de la calle.
Muy triste, pero real. Ojalá esas noticias no llegaran nunca.
un abrazo
Me ha gustado el modo en que has sabido relatarlo. Pero fíjate que siendo madre de hijos adolescentes lo que suele pasar es que el teléfono pite de pronto y aparezca un sms en el que llegue un tipo de escritura diferente para dejar constancia de unos mensajes hermosos. De este modo también el amor encuentra nuevas formas de hacerse oír, y es precioso.
Saludos
Es verdad. También podría redactarse otra entrada con el mismo título en la que la llamada haga reir, o haga sonreir, "en medio de la calle".
Venga, te propongo que la escribas tú en tu blog.